jueves, 5 de noviembre de 2009

- Ven acá y te contaré un cuento.
- ¿Qué clase de cuento?
- Uno que después tú me contarás.

Y cerré los ojos.

*Capítulo XXI

Entonces apareció el zorro:

-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.

Pero después de una breve reflexión, añadió:

-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito.

El zorro pareció intrigado:

-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.

Y después volviendo a su idea:

-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro se calló y miró un buen rato al principito:

-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

El principito volvió al día siguiente.

-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:

-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- Y vas a llorar!, -dijo él principito.
-¡Seguro!
-No ganas nada.
-Gano -dijo el zoro- he ganado a causa del color del trigo.

Y luego añadió:

-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.

El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

martes, 18 de agosto de 2009

Y cuando abrí la cortina, había una batalla afuera.

Me desperté por culpa de un hedor, quien insistentemente quería recorrer hacia adentro por mis fosas nasales.
Le declaré la guerra tan pronto abrí los ojos.
Después me acordé.
Permanecí algunos segundos boca arriba, o quizá fueron minutos.
Estiré la mano y tomé un cigarro, mi estómago me hacía mil promesas de molestias vespertinas; no me importó.
Sorbí un poco y escupí el humo.
Sorbí un poco más.
Miré cómo se enrojecía el papel.
Entre la nube gris que ahora cubría una pequeña parte de espacio sobre mi, creí haberte visto.
Se dibujaron tus ojos que prometían, las mejillas lisas, tu nariz picudita, tus labios rosas; rosas y sin textura alguna, y ese músculo ovalado con el que, algunas noches atrás, hacías cosquillas en mi paladar.
La boca se te abría, articulando palabras que no podía escuchar, intentaba nada más adivinarte los labios.
Un líquido verdoso salía de tu garganta, y resbalaba por mi lengua.
Bajaba por mi faringe, usando la saliva para lubricar su recorrido.
Se me adormecieron los adentros.
El estómago detuvo su labor, y los alimentos que esperaban por ser digeridos tuvieron que hacerse a un lado y conversar entre sí.
Yo me llenaba poco a poco del veneno con que me anestesiabas.
Se me inflaron el pecho y las esperanzas.

*El engaño tiene siempre dos extremos:

1. Madurez
2. Alevosía

Sabiéndote en el número dos, solamente puedo desearte suerte en el largo recorrido que amerita encontrarse en el uno… tu nueva oportunidad tiene nombre propio.

domingo, 16 de agosto de 2009

Finalmente es mi espacio y no lo cederé

Es un " do " que se repite sólo una vez, " si " " la ".
Todo en negritas, que hablan por corto espacio de segundos, para después regresar, medio contentas, medio aplacadas; quizá suban a " fa ", quizá se queden calladas.

Es un cansancio que se mezcla con el sabor de la noche.
Todo negrito, y el silencio no platica esta vez.
Se escucha a lo lejos la respiración de los coches, el palpitar de las horas.
La palma de mi mano derecha cuestiona a mi mejilla y a mis labios.
Quizá le responda más tarde, quizá me lo guarde por siempre.

Qué ganas de quedarme sin ganas.

Si hago un arpegio en la guitarra y me recuesto sobre ella puedo sentirlo todo, las vibraciones de su aire, los suspiros contenidos, las historias que no terminamos de contar, y que por pura necesidad vamos a dejar pendientes.
Voy a caminar mucho y a respirar más, a limpiar el playlist de mi itunes, hay canciones repetidas y sonidos que vengo cargando de algún tiempo atrás.
Las olas son el vientre materno al que pretendo regresar, te buscaré allá.
Quizá esta vez sí te logre encontrar, y por fin quieras venir acá.
Entonces todos sabrán que el gris se terminó, y comprenderás también que he aprendido a cocinar.
Con todo y que te quedaste en el limbo, seguro te gustará.

jueves, 13 de agosto de 2009

Jueves

Un día más que me despierto dándole la vuelta a alguna hojita del calendario.

- Casi lo olvidaba - Dije. Y me volví a dejar caer sobre la cama, con la mirada medio presente y medio extraviada contaba los borditos del concreto en el techo.

Hace mucho que no voy a casa.
Algo me dice que, contando el día de hoy, son exactamente ocho años.
Y me vuelvo a platicar todo con lujo de detalles, con un afán medio estúpido, tratando de recordar claramente hasta el grado de la ridiculez.

El primer día de escuela, mientras sentado desde una banquita de metal recién pintada de verde, te miraba al otro lado de la reja, con esos ojos melancólicos, que a veces creo que te heredé, como si verme ahí sentado, esperando impaciente que se abriera la puerta del salón, te pareciera el más grande de tus triunfos. El resto de mis compañeros se aferraba con desesperación a los barrotes de aquella reja, suplicando a sus padres que no los dejaran ahí. Tú parecías sentirte orgulloso de que yo no gritara ó hiciera escándalos, aunque creo que de alguna forma esperabas también que corriera a pedirte que te quedaras ó me llevaras contigo, pero no lo hice.
Después, el rugido de tu moto anunciaba tu partida.
Un hueco de ansias oscuras se abrió en mis adentros.
Trataba de amarrar las lágrimas a mis pupilas, y con ambas manos me aferraba a mi lonchera.
Me había quedado solo, escuchando el llanto de decenas de niños que no conocía.
Corrí a la reja y grité tu nombre hasta el cansancio, pero no regresaste.
Fuí creciendo, y tú y mamá crecieron conmigo.

Algo similar me ocurrió en tu funeral.
Funeral. Qué funesta palabra.
Funeral. Funeral. Funeral.
Hacía un frío otoñal, y yo recién había recibido la noticia.
Bajaba de un carro, no recuerdo de quién.
Ni recuerdo si Paty venía conmigo. Lo más seguro es que sí.
Miré mis pies y me dí cuenta que no había amarrado mis agujetas.
Entré en la capilla velatoria.
La primera persona que ví fué a mí mamá, con el rostro desencajado frente a la caja que te contenía.
Me senté ahí, recargué mi cabeza en su hombro, pero seguro ni cuenta se dió.
Una vez más, sentado en una banquita, escuché llorar a gente que no conocía.
Ningún ruido anunció que te ibas.
Quize ponerme de pie, sacarte de ahí y correr a no sé dónde, pero tampoco lo hice.

Destapaste mi habilidad para curarme las heridas con letras, y con tu partida la volviste a tapar.
Te siento tan incierto, que a veces pienso que eres uno más de esos cuentos que me invento en las noches de no poder dormir.
Intento inutilmente recordar tu tono de voz y no lo encuentro.
Hoy no quiero levantarme.
Hoy no quiero estudiar, ó tocar la guitarra, ó comer, ó saber, ó leer, ó escuchar, ó recordar.
Quiero sentirme en casa, pensar que vuelves, que esa resolución divina me llega, y puedo por fin entender todo de golpe, y curarme el alma.
Escuchar tus silbiditos tempraneros.
Que me cuentes de la señora de la enciclopedia, ó el señor del ropero, ó de tus travesuras cuando niño, ó de la comida de tu abuela, platícame un poquito más.
Sé bien en donde estás pero .. en dónde estás?

martes, 4 de agosto de 2009

Cerré los ojos y todo se oscureció,
tu piel, mis ganas, tu indiferencia, mi soberbia.
Los débiles recuerdos, se aferraban con uñas y dientes a mi espalda.
Fueron las palabras, siempre las palabras; que nos salpicaban de una melancolía inexplicable, que no podía hablarse con lengua y saliva, que escurría por mi rostro y caía en el papel.

Me gusta lo que dices, como lo dices y cuando lo dices.
O decías.
Las vibraciones que producían tus labios, no me dejan dormir.
Reniego un poco de lo que me acuerdo, me doy la vuelta y termino sobre mi costado derecho.

Cierro los ojos y pretendo un rato.
No espero tu llamada, no imagino tus caricias.
No escucho tus respiros.
No siento tu distancia.

viernes, 31 de julio de 2009

Hoy, mientras comía escuchaba una canción que dice así:

Como los pájaros perdidos, que vuelan ciegos sobre el mar
a confundirse con un cielo, que nunca más podré recuperar.
Vuelven de nuevo los recuerdos, las horas jóvenes que dí
y desde el mar llega un fantasma, hecho de cosas que amé y perdí.

Y un poema de Pedro Salinas golpeteaba insistente mi cabeza, eran pedazos de explicaciones que iban cayendo junto con la melodía, así que bueno, decidí leerlo de nuevo y les dejo un poco de quien, a mi parecer, fué uno de los escritores más intensos de nuestro idioma.
Es bien bonito compartirlo con quien uno quiere, así que si se animan recomiendo:

Váyanse a la playa, armense un buen menú pa' cenar rico, cárguense un buen vino y repelente para mosquitos, y por ahí de la media noche, cuando la voz del mar se vuelve como un silbidito, léale uste' a aquel (ó aquella, según sea el caso) este intenso pedazo de cariño.. a decir verdad nunca lo he hecho, pero el panorama suena rico, ¿a poco no?.


¿Serás, amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y solo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo;
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales:
es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.

domingo, 26 de julio de 2009

Me gusta imaginar que la señora viejita que vive al lado colecciona payasos de cerámica, que tiene un gato regordete y peludo color caramelo, al cual llama " sepia ". Que mantiene una foto enmarcada sobre el buró en su habitación, una veladora encendida cada día primero y los aniversarios. Que derrama una lágrima y suspira. Que eleva una oración por ese compañero suyo que quizá tuvo. Que quizá se fué. Que quizá murió. Que quizá no tuvo, y que mantiene los rosales siempre vivos con la esperanza de algún día ser uno de ellos.

Me gusta imaginar que mi mamá se pone nostálgica al entrar a mi cuarto,ver la cama tendida, quizá enpolvada por que nadie duerme en ella, y que a partir de eso y para ahorrarse la melancolía decide lavar mis sábanas todos los domingos. Que suspira inevitablemente al ver esa vieja guitarra, toda destartalada, cuerdas de nylon y llaves oxidadas, en la que conocí por primera vez las notas que se escondían en un pentagrama. En la que compuse mi primer canción, y con la que le espantaba el sueño constantemente.

Me gusta imaginar que mi papá viene a visitarme todas las noches, que se siente orgulloso de ver que mantengo mi cuarto ordenado, las camisas de manga larga tendidas dentro del clóset (nunca planchadas, eso sí), mis libros, cd's, playeras, todo bien cuidadito y en su lugar. Que sonríe al verme cocinar. Que se aflige cuando me ve sentado a la mesa solo y suspirando. Que quizá derrama una lágrima por mí, en ese quieto y cálido limbo en el que seguro se encuentra. Que recuerda fiel todos los momentos, los juegos de pelota, las tardes en la playa, la copa de champaña, las canciones de Pedro Infante, las mañanas de domingo, el ceviche acapulqueño (qué chulada!), mi fiebre veraniega, nuestras discusiones sobre ortografía, que no es sólo el recuerdo persistente de una mancha roja derramada sobre una avenida tostada por el sol del puerto.

Me gusta imaginar que mis hermanos tuvieron una niñez tranquila, llena de dulces y promesas, de olores y sabores, que mantienen su espíritu puro y tranquilo.

Me gusta imaginar que quien en su momento me compartió sus ratos, tuvo el mismo miedo que yo, corrió a encerrarse en sí mismo, mientras me quedé abrazado a las dudas. Que esas noches en las que me acostaba sobre una cama envuelta en el fresco del comienzo de primavera, que esas lágrimas que humedecían mi nuca, me regalaron el privilegio de estar un pasito más adelante.

Me gusta imaginar que si me siento derecho, todos los misterios de la vida me serán revelados (como decía mi maestro de Historia en la secundaria).

Me gusta imaginar que ese muchacho de los mensajes piensa en mí, y que cada que lo hace una sonrisa se delata en su rostro. Que quizá tiene la misma ansiedad por los momentos. Que tal vez es prudente en su persona y que, al igual que yo, detesta esa prudencia a ratos. Que sus labios tienen la medida exacta para hacer feliz a alguien.

Me gusta imaginar que el mar se pone triste cuando sabe que debo partir, que sus olas van decreciendo mientras me alejo, que prefiere mostrarse así, tranquilo, como prometiendo que va a estar bien, que cuidará de los míos. Y que tan pronto me pierde de vista sus aguas revientan y se estrellan contra las rocas quienes reciben la furia y se manchan de melancolía y tristeza.

Me gusta imaginar que al cerrar los ojos vuelvo a todo aquello que extraño, a las discusiones infantiles con Kalya sobre a quién le dieron 20 pesos y a quién 10, a las platicas ñoñas con Grecia sobre sus nuevas conquistas y la música que nos va gustando, a los juegos de computadora con Ramesh, a la primera vez que lloré por ver partir a un amigo, al día que me lastimé un pié por jugar con niños más grandes que yo, al olor dulzón de mi abuela Flora, a sentarme en las piernas de mi abuelo y rascarme la mejilla con su barba.

Me gusta imaginar ...

lunes, 13 de julio de 2009

Por fis por fis!

Mi cumpleaños ya está cerca .. (bueno a decir verdad ni tanto, faltan como 4 meses) y quiero un regalito como este.



domingo, 12 de julio de 2009

Un, dos, tres por mí y por todos mis compañeros!

Y la verdad es que volví a casa sientiéndome como pinche quinceañera.

jueves, 9 de julio de 2009

My pocket cannot hold the world.

- Es cuestión de orgullo compadre! - Le dije al arroz mientras lo vertía sobre un sartén con aceite casi hirviendo y unos pedazitos de ajo.
Y es que sí era cuestión de orgullo, no sé por qué ultimamente (comprendiendo la palabra " ultimamente " como un período de más de 6 meses) el arroz simplemente no me queda. Cuando termino de cocinarlo obtengo una cosa gorda y masuda, pero con buen sabor (muajaja).
Comprobé que es cierto, que si no pongo atención no aprendo las cosas, mi mamá ya me había explicado cómo hacer un arroz decente, pero tengo la cabeza tan llena de cosas que mientras ella se explicaba, yo pensaba en ese montón de historias que se cuentan todas al mismo tiempo y me llegan atropelladas.
Entonces pensé en las cosas que he aprendido los últimos 23 años. Después pensé en escribir un post sobre ellas. Después pensé que eso sería más ideal en un cumpleaños ó en la vispera del mismo. Después pensé " Y si me muero antes? Condenaría a esa lista de cosas a vivir eternamente en un limbo de cuentos mutilados. ".
Así que me dije " Oh no Edgar, has tu post en este momento. "
Y he aquí la lista (no completa aún, por que no me he terminado los 23 años) de las cosas que he aprendido hasta hoy:


*Caminar sin enredarme en los pies.
*Andar en bicicleta.
*Jugar basketball.
*Que ganar no lo es todo (pero ah cuántos premios puede darte!)
*Amarrarme las agujetas sin que se deshaga el nudo.
*Escribir sin errores ortográficos.
*Que si toco una olla mientras está en el fuego sin usar manopla me quemo.
*Que me duele cuando me quemo.
*Que no es bueno acercarse a un conejo más grande que tú.
*Sostener un vaso.
*Tocar la guitarra y el piano (aunque creo que en esas dos siempre estaré "en proceso")
*Que si me duermo en la playa sin ponerme bloqueador antes, tendré una mala experiencia que contar al día siguiente.
*Que las verduras al vapor saben mejor si les pongo una rajita de canela.
*Que no es buena idea mezclar cerveza y whisky.
*Que " 5 minutitos más " nunca son precisos.
*Que no es bueno conectar un aparato con los pies descalzos.
*Que no debo bajar las escaleras corriendo mientras tengo patines puestos.
*Que una consola de nintendo no merece que me quede inválido (aunque no he logrado convencerme de ello)
*Que cuando alguien dice " Te quiero " no significa que realmente lo sienta, la mayor parte del tiempo es sólo una acción para salir al paso.
*Que la gente tiene mucha mierda en la cabeza, y tratar proactivamente de resolverlos no es siempre la mejor decisión.
*Que no es bueno ir a un concierto con una camisa sin mangas, menos si comienza desde el medio día y es pleno verano, y menos aún sin usar bloqueador.
*Que tengo buenos amigos.
*Que el perdón es un bonito regalo.
*Que no es bueno argumentar con un policía estando borracho.
*Que mi familia puede molestarse cuando obvio situaciones a través de mis cuentos.
*Que decir " soy gay " no me convierte magicamente en una pseudo hada transexual súper cachonda y sin valores morales.
*Que puedo ver más de una película en el Cinemark de Plaza Caracol si la muchacha de los boletos se distrae.
*Que la comida con muchas especias me cae mal.
*Que el color del mar cambia de una playa a otra.
*Que no es bueno escribir cartas de amor y no mandarlas.
*No decir " Compuse esta canción para ti " y así me evito muchos conflictos.
*Que soy el más feliz cuando estoy enamorado.
*Que mantengo una esencia medio infantil y ñoña.
*Que el ron sabe mejor cuando le pongo clavo y canela.
*Que el sushi puede ser adictivo.
*Que la carne de cerdo no me hace feliz.
*Que un mejor amigo puede vivir lejos.
*Que duele cuando viven lejos.
*Que una cama puede ser muy ruidosa y traicionera.
*Que me alegra cuando escucho una risilla penosa.
*Que mi mamá es lo mejor.
*Que un café, un buen playlist, una calle larga y un clima nubladito pueden curar muchos pesares.
*Que ser el más pequeño de mis hermanos no me hace el más chaparrito (verdad Martha?)
*Que agregarle séptimas a todos los acordes en una tonalidad no es precisamente enriquecerlos.
*Que la voz de una mujer que no conozco puede traerme recuerdos de otra mujer que sí conozco, motivarme tanto y empujarme al filo de las lágrimas, mientras me cuenta historias que sé, de las cuáles soy partícipe y entrega postales mentales de momentos bonitos.
*Que ser soltero no es lo peor de todo.
*Que el perfume que usa mi mamá no huele igual en las demás señoras.
*Que puedo saber mucho sobre alguien escuchando la música que escucha.
*Que me pongo contento cuando como icee.


El arroz quedó bueno, por cierto!

domingo, 5 de julio de 2009

La letra J

Siempre ha sido así.
Desde que lo recuerdo gran parte de los acontecimientos que me ocurren se han visto definidos por ella.
Alegrías, tristezas, confusiones, cariños, enojos, desesperos .. hasta mis canciones chinga'!
Hoy me sentí tremendamente raro.
Es algo en el estómago, la cabeza y el corazón.
Cuando duermo encuentro un mundo repleto de posibilidades que, al abrir los ojos, frenan bruscamente y se detienen en seco.
A veces quisiera tener más habilidad con las palabras y decir lo que el corazón me dicta, pero algo ocurre dentro que termina por jalarme y dejarme " parqueado " en un tipo de estabilidad bastante mediocre y ácida.
Entonces, ya con los ojos abiertos, me siento al filo de la cama, cruzo las piernas al frente, observo mis dedos y ellos me miran también, con sus siluetas disparejas, larguillas, regordetas. Se abren y se juntan, se cuentan historias entre sí. Hablan de aquella ocasión en que despertaron enredados por primera vez en otros dedos, igual de regordetes pero no tan larguchos. O las ocasiones en que han estado más cerca de mi frente que del suelo. O de las caminatas largas. O de la vez que la lluvia nos sorprendió en una ciudad extraña, que recién andábamos conociendo, y que yo con todo y maleta preferí caminar más de 200 metros para tomar un taxi, a pesar que, saliendo de la estación de autobuses se nos acercaron más de 4 sujetos ofreciendo " el mejor servicio de la ciudad ". Hablan de las noches que pasamos solos en casa, mientras mamá había salido de la ciudad, cuando yo preparaba chocolate caliente con canela, encendía una vela con aroma de vainilla en mi habitación y leía en voz alta cuentos que algún espíritu bonachón se había acercado a platicarme.
Hablan y se platican tantas cosas, que a veces me cuesta creer que los he traído de arriba a abajo, sin darme cuenta que la compañía más grata que siempre he tenido, ha sido ese par de garrochas flexibles, que no se quejan ni me ponen " peros ", y que últimamente tienen frío también.

sábado, 27 de junio de 2009

Acercamiento emocional Tío-sobrina.

Mientras intentaba resolverle dudas del ingreso per-capita a un amigo de Ingrid, agregué a una ventana de 3 personas a mi sobrina, el orgullo de la familia. La única que quiere estudiar una carrera realmente prometedora.

Edgar: Oye Kalya, ¿tienes amigos guapetones, inteligentes, bien educados, culturosos y gays?. Con uno que tengas me doy.
Kalya: Guapos no .. gays sí.
Edgar: Ok ok .. Los que no son guapos, ¿tienen buen carisma?
Kalya: Mmm .. no sé.
Edgar: Bueno bueno .. esos que son gays, ¿son inteligentes, educados y culturosos?
Kalya: No .. son de esos gays indeseables, que actuan afeminado y creen saber más de moda que tú.
Edgar: Guacala Kalya! Te prohibo que tengas amigos así!
Kalya: Yo no dije que fueran mis amigos, simplemente los conozco. ¿Por que preguntas?
Edgar: Pues por que ya tengo casi 24 años y sigo soltero, la mayoría de mis amigos ya se casaron, o estan a punto de, o ya tuvieron al menos un hijo y yo ni una enfermedad venérea si quiera.
Kalya: Jaja ... ya me voy, debo lavar platos.

viernes, 26 de junio de 2009

NO voy a hablar de la muerte de Michael Jackson en mi blog, punto.

Me parece VERGONZOSA la actitud de algunas personas que, aunque sea de broma, se muestran profundamente consternadas a raíz de la muerte de este conocido ícono de la música pop.
Que si su muerte se dió en circunstancias extrañas.
Que nadie lo esperaba.
Que se sacaron de onda.

FAVOR DE NO MAMAR.

A diario muere gente en las circunstancias más extrañas y más vergonzosas.
Indigenas mueren en la sierra por inanición.
Padres de familia, esposas, hermanos, abuelas, tías, vecinas, amigas, mueren a diario, víctimas de secuestradores, asaltantes, cafres del volante, y a alguien le importa un carajo?
Alguien hace algo?
Lo pasan en la televisión?
Se vuelve duelo nacional?

NO.

Algo muere siempre frente a nuestros ojos.
El planeta entero perece de a poco.
Pero claro, eso no es causa de alarma mundial, o necesario de escribirse en los nicks, o buen tema para hacer un chiste.

Ser el instante de tus días mágicos. Ser el momento que ansías.

Aquí les comparto un poco de mi reciente intento por escribir cuentos " no tan cortos ".
La historia no tiene un nombre aún.
Publicaré una parte y así lo iré haciendo por que el relato sí está un poco largo y aún no termino de escribirlo.
Gracias a todos y bonito día (ó noche según sea el caso).




- Susana ya duérmete y guarda ese libro, te vas a volver loca!. Le gritó una voz esforzada que había viajado desde la sala en el primer piso de su casa hasta el lado derecho de su cama, pasando por las hendiduras de la puerta y deteniéndose a tomar un respiro justo antes de llegar a sus oídos. No respondió, jugando al papel de Bella Durmiente. Se movió sigilosa sobre su cama, rogando al cielo que los resortes en su colchón no la traicionaran. La base estaba hecha de madera, una madera vieja y corroída que crujía calladamente con cada movimiento de Susana.
- ¿Me escuchaste jovencita?.- Insistió la voz.
- ¿Me hablas mamá? – Respondió apenas con ganas. El sonido se arrastraba en el aire. Fingía estar adormecida mientras estiraba la mano para poner el libro sobre su escritorio.
- No te hagas la loca. – Y se oyeron pasos que desde abajo se acercaban. Tum tum tum tum. Subían por las escaleras, golpeteando el piso. Molestos. Apurados. Decididos. Ella regresa a su cama rápidamente y se enreda en las sábanas, cual culebra en su improvisado nido.
Escucha el maullido de la puerta al abrirse. Tras de sus párpados, que hasta hacía unos segundos había un fondo oscuro, ve ahora una luz rosa con ligeras venitas rojas y verdes, que serpentean sin dirección alguna.
- A mí no me quieras jugar, estabas leyendo ese libro de nuevo. ¿Dónde está? – Inquiría la voz aguda. Salpicando su cólera.
- ¿De qué hablas mamá? – Difícilmente se le escuchaba. – Yo estaba dormida – Dice sin abrir los ojos.
- Aquí esta – Se le escucha victoriosa. – Y óyeme bien niñita, es la última vez que te quiero sorprender leyendo esto. No estás en edad de andarte sembrando ideas, de por sí sabe Dios de donde se te ocurre todo lo que se te ocurre. Quítate los lentes, guarda esa lámpara y duérmete ya, que mañana es día de escuela y no pienso llevarte tarde. – La habían descubierto. Se cerró la puerta.
Susana, de apenas 11 años era más que una niña, una estudiante, una hija o una amiga. Susana era una exploradora en la parte más indómita del Amazonas. Ahí dónde el sudor del viento cae sobre el pecho ardiente de la tierra, y después, vencido, agotado, diluido, vulnerable, se eleva con las tibias ondas del mismo aire del que nació, hasta llegar al cielo fresco quien lo cuida, lo alimenta, lo cobija en sus inmensas nubes y le permite entonces regresar. Triunfante. Altivo. Bello. Le regala de nuevo el corazón del Amazonas, para aplacarle el calor a la tierra. Engordar los ríos. Lavar las plantas. Es ahí donde Susana se ha establecido también. Construyendo una diminuta, pero cómoda, choza de paja. Curando a los nativos. Enseñándoles sobre Teología, Matemáticas, Gastronomía, y sobre todo, a leer.
Ha viajado por el interminable hastío del Sáhara, formando parte importante en el reencuentro de dos amantes.



* Montserrat Cambra y Santiago San Román, eran apenas unos chiquillos cuando los largos y afanosos brazos del amor los alcanzaron. Montse tendría quizá unos diecisiete y Santiago estaba ya por cumplir los veintiuno, formaba parte de una legión militar en España. Durante las elecciones de 1933 y el triunfo de los derechistas hubo una sublevación del pueblo contra el gobierno. Ardían Iglesias, volaban balas, pedazos de concreto y extremidades humanas con la sangre aún caliente. Era difícil, por no decir imposible, dormir en noches agitadas como esas. El cielo abierto, oscuro, parecía estar de duelo, y en el aire estaba ese olor a cadáver chamuscado al que no se escapaba nadie. En la escaza quietud de su hogar, Montse regresaba de la escuela. Tocaba el piano. Hacía tareas. Comía puntual. Cepillaba sus dientes y su cabello. Leía una novela. Caminaba incierta por su pieza, provocándose el cansancio, tratando de encontrar el sueño.
- ¿Cómo sería morir despedazada por una bomba? – Se preguntaba. – Y que el único sonido que te despida de este mundo vacío y sin vida sea sólo eso, un estallido. Sentir las fibras de tus oídos despedazándose. Sentir el cuerpo arder, y en la visión oscura de tus ojos cerrados, saberte obligada a mirar el fuego consumiéndote. Tu cuerpo inútil reventando contra la pared de un edificio que pronto cederá ante la explosión. Resquebrajándose. Cayendo sobre ti y rompiéndote en mil.
Movió las sábanas, los cojines, y se dispuso entonces a dormir. Lejos iban quedando los sonidos. La respiración de la casa, de los gatos, de la noche, de ella misma.



- Mamá, mamá. Eche. Eche. Aba. Aba. - Se oían como un eco las palabras. Montse avanzaba sobre un camino oscuro, sin saber con certeza hacia dónde se dirigía pero por alguna extraña razón tenía la corazonada abrumadora de seguir esa voz.
- Mamá, mamá. Eche. Eche. Aba. Aba. - El sonido se amplificaba por el lugar, recorriendo paredes inexistentes, dando una sensación de vacío insufrible.
- Mamá, mamá. Eche. Eche. Aba. Aba. - Una luz se enciende sin que pueda saberse de donde proviene. Ilumina a un pequeño regordete de un año quizá, de espaldas a Montse. Sus cabellos rubios arrojan destellos con el reflejo de la luz. Tenía una piel blancuzca.
- Mamá, mamá. Eche. Eche. Aba. Aba. - Estira las manos y alcanza la cintura del pequeño, lo levanta y lo pone de frente hacia ella para reconocerle la cara. Un grito nace en la garganta de Montse y revienta por aquel espacio, ahogando el poco silencio que se paseaba por el lugar. La cara del niño era una mezcla amorfa entre los ojos y labios de ella con la nariz chata y amoratada de Santiago San Román. Aterrada suelta aquel crío y lo deja caer sobre el suelo que se había convertido en algo muy parecido a la boca de un muerto y se tragaba hasta el último pedazo de esa pequeña bolita de algodón y cabellos rubios.

Luck, be a lady tonight.

Acabo de despedir a una amiga.
Una muy buena amiga.
Creo que me siento triste.
La conocí en las circunstancias más peculiares, y hemos pasado muy bonitos momentos juntos.
Ahora nos separan muchos y muchos kilómetros, muchas personas, muchos idiomas, muchas historias.
Curiosamente tenía unas enormes ganas de abrazarla fuerte y de decirle que la extrañé, aún las tengo, pero no lo hice.
Supongo que ya lo sabe.
Siempre supongo que lo saben.
Platicamos sobre comida (por que somos tremendos fanáticos de ella), sobre platillos, condimentos, postres, postres, postres y más postres.
Sobre las cosas que andamos haciendo, sobre sus pacientes, sobre sus amores y los míos.
Me sentía satisfecho al volver a casa, pues traía una sensación de estómago lleno.
Hice mis cosas, corrí un poco, estudié esto, lavé aquello, esperé y esperé una noche de películas que se ha venido postergando.
Casi al caer la noche el corazón se me acongojó por la despedida.
Soy pésimo para ellas.
Entonces metí las narices en el refrigerador, en busca de una promesa de alegría y paz mental.
Cocinar siempre me da esa condición.
Me preparé un filete de Sirloin (uno de mis favoritos), con pimienta blanca, champiñones y cebolla.
Redescubrí el placer de comerse un buen chile toreado (muy comunes en la comida mexicana).
Y es que es de verdad una sorpresa tan grata recibir esa oleada de calor en la garganta.
No soy un fanático de los chiles, pero debo admitir que hay ciertas comidas en las cuales no puedo perdonarlo. Comer tacos sin chile me hace sentir que no como tacos.
Se crea una atmósfera de mucha expectativa mientras está uno cocinandolo.
No sé ustedes, mis muy apreciables lectores bloggeros, pero a mí me gusta mucho cocinarlos en un poco de mantequilla.
Pongo el fuego bajo para que se caliente bien, y entonces arrojo a aquel pobre condenado a las fauses del calor en mi sartén.
Espero que se vaya cocinando, que la piel se le cristalize y añado poquita sal.
Voy dándole vueltas y vueltas. Primero un lado, después el otro, mientras mi mente maquina las más sabrosas imágenes, derrotando a mi paladar quien al verse vencido, se ahoga poco a poco en las aguas que él mismo crea, anticipando la dulzura, el ardor, las agujas en la lengua. Con los chiles nunca se sabe.

miércoles, 17 de junio de 2009

The tide is high, but i'm moving on.

- Hace mucho que no sé de ti- Me dijo un buen amigo, hoy por la mañana. O quizá fué ayer. Ultimamente he perdido la noción de los días. Entre escuela, lecciones y malviajes se ha abierto un hueco en el tiempo, hueco que uso para esguarecerme muy comunmente.
- Hace mucho que yo tampoco sé de mi - Respondí, sin afán de queja. Y vaya que tengo mucho sin verlo, es de esos amigos que uno de pronto pierde fisicamente, entre las obligaciones y la rutina que nos imponemos, sin embargo permanece ahí, en mi cuenta de correo, de color verde la mayor parte del tiempo.


- Hoy fué uno de esos días en los que estuve a punto de salir gritando del salón. Te juro que miraba el reloj impacientemente, y rogaba por que ya dieran las 7 - Le platicaba a mi mamá, quien tomó la forma de una voz al otro lado de la bocina esta vez.
- Pero ¿por qué? Si estás estudiando lo que te gusta, no deberías sentirte así hijo.
- Sí, ya sé Doris, y me fascina lo que estudio, pero las lecciones estan volviéndose cada vez más pesadas, aunque ese impulso me viene solo por unos cuantos minutos y después se va. Pareciera que no entiendo algo de golpe, pero cuando estoy sólo y lo medito, logro aterrizar la idea y entonces la comprendo.
- Pues sigo sin entender hijo, no estás trabajando, ¿qué te impide comprender?
- No sé Doris, es como por ejemplo, tú estás acostumbrada a hacer un platillo de cierta forma, y lo has hecho así por años, de pronto yo llego y te digo que así no va y que debes ponerle canela, ¿qué me responderías?
- Que probablemente sepa más rico, la canela siempre realza los sabores- Entonces quise gruñir. Mi mamá nació con el don de hacer poesía. Compone los más bellos poemas, los sonetos más hermosos, y los reposa en un plato, hondo, plano, da igual, sus poemas seguirán siendo los más bellos.

Mi cocina tiene sonidos. Sonidos que no me pertenecen, pero que igual han venido siguiéndome desde hace tiempo ya, quizá vidas pasadas.
Una col apachurrada.
- Como tú y como yo- Pensé.
Mientras cortaba la lechuga, el sonido se acercaba más y más.
Se volvió aire.
Se volvió voz.
Se convirtió en historia.
- Déjame - Pedí con la mirada perdida entre el filo del cuchillo y las hebras color verde que iban quedando dispersas sobre la tabla de picar.
- Qué feo cortas la lechuga - Decía mi papá, quien estoy seguro jamás vió una masacre tal. Y es que era tan perfecto ese hombre, que incluso las lechugas mostraban respeto y se dejaban hacer como él quería. A mí siempre se me deshacían en las manos, quedaban chuecas, demasiado cortas, demasiado largas, demasiado gordas, demasiado flacas.
Estos días me ha dado por comer tsurimi. No sé por qué. Tal vez por que me trae recuerdos, que a veces dejan un sabor salado en mi boca, y un pequeño ardor en los ojos. Por eso preciso que el tsurimi sea dulce.
Comparto mi tsurimi, para aquellos que se encuentren ávidos de recuerdos, déjenlos pasar, ofrezcan el sofá, platiquen con ellos y si la melancolía llega, tomen un poco de tsurimi, repartanlo en una tostada y permitan que el paladar les alegre un poco la velada.


Porción para 2 personas.

2 barritas de tsurimi.
1/2 lechuga romana
1 vara de apio
2 cucharadas soperas de crema ácida
1 cucharada cafetera de mostaza
1/2 cucharada cafetera de miel
1/2 cucharada cafetera de vinagre
Sal y pimienta al gusto

Preparación:

Se pica el tsurimi, lechuga y apio en pequeños trocitos, si cuentas con un rallador pues más suave, la idea es dejarlos lo más fino posible.
Se mezclan en una ensaladera y entonces añades la crema, mostaza y miel, lo revuelves procurando que los ingredientes queden completamente cubiertos en este aderezo. Puedes añadirle un poquito de cebolla también, pero muy poquita.
Agregas Sal y pimienta.
Buen provecho!

viernes, 27 de marzo de 2009

Son las 2:53 am, y estoy sumamente borracho, pero aún así puedo hilar de forma clara mis ideas.
Escribir este post quizá me tome una ó dos horas, por que regreso tres espacios después de cada palabra por no escribirlas correctamente.
Siendo francos, ya estoy cansado.
Siempre soy el segundón, o el que debe ser paciente.
Hoy en especial, eso me enferma.
Tengo una sensación extraña en el estómago, como de ansiedad, vacío y miedo.
Quiero sentir bonito, y sentir bonito de una forma franca.
Hacía mucho tiempo ya que no me mostraba tan vulnerable.
No es fácil lidiar con el rechazo, supongo que para nadie.
¿Qué podría tener de malo un beso?
Quiero una historia nueva.
Una historia donde yo pueda escribir.
Una frente amplia y despejada para acariciar.
Besos en la nuca.
Palabras completas recitadas a medias.
Una mejilla que se apoye en la mía.
Quiero dormirme suspirando.
Y recordando, con la certeza de que al llegar el día podré vivirlo de nuevo y de una manera distinta.
Ser el culpable de tu sonrisa, condenarte por ocasionar la mía.
Qué jodido.




Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte.
Tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte.
Tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte.
o sea,
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

Mario Benedetti.

viernes, 16 de enero de 2009

El mar

Soy un ser de cuatro extremidades, piel tostada por el sol y la brisa salada del lugar donde nací, labios de un tamaño mesurado que albergan un pequeño lunar en el lado inferior derecho. Me gusta pensar que esa mancha casi imperceptible, redonda y oscura tiene vida propia, y que es capaz de provocar los más sórdidos pensamientos de todo aquel que posa su mirada en ella.
Llevo en el alma recuerdos frescos de una playa que alimenta mis fantasías e ilusiones, que me ha dado de comer, que ha cuidado de los míos, que refleja el Sol de medio día; una playa sobre la cuál dí los primeros pasos, conocí el amor en ella un Diciembre no muy lejano a estas fechas, casi al caer el atardecer, una playa que huele a felicidad, a cariño, a familia, a niñez, a despedidas, a dolor, a pérdidas y encuentros, a eternidad.
Cuando abro los ojos en mi habitación de color blanco, sobre un colchón pequeño y suave, dedico siempre un suspiro a esa playa que no escucho más.
Cierro los ojos y me invito a regresar, a escuchar de nuevo el melodioso cantar de las aves, a sentir la arena en los pies, el agua, las burbujas de las olas, el filo amable de las rocas. Cierro los ojos y descubro de nuevo el semblante adulto de mi madre, apacible y resuelto, su olor a rosa de abril cubierta de brisa, el calor de su regazo. Cierro los ojos y encuentro a mi padre, cándido como siempre, victimizando a todos con sus bromas que tenían el peso exacto para caer sobre uno como pluma y no como plomo, escucho sus risotadas que lo iluminaban todo.
Abro los ojos y el sueño se vuelve cierto.
De pronto tengo frente a mí a ese mar apasionado que traigo dentro desde la niñez, con sus olas firmes y erguidas.
Los pedazos rotos de una melodía casi olvidada suenan en mi cabeza y se mezclan con el susurro del mar.
Me pongo en pie como espirituado y camino hacia él.
Los pies parten la arena bajo ellos, quien amablemente se amolda y toma sus formas.
El agua se siente helada al principio, pero el frío va desapareciendo de a poco a medida que me adentro más y más.
Llega la primera ola que revienta en mi pecho sin ahogarme del todo y me doy cuenta que la piel se va rompiendo, dando paso a un color grisáceo y oscuro. No logro estar tranquilo fuera del agua y siento la urgencia de sumergirme en ella. Mis pies desaparecen en una unión que no reconozco al principio, y forman después una cola con dos puntas equidistantes. Los brazos se me acortan y se pegan al torso. No tengo cuello. Mi nariz de ha ido y la boca se me alarga hacia adelante. Me he vuelto uno con el mar, y el mar se ha vuelto uno conmigo.
Me acoge de nuevo como el hijo distante que soy, y sabe que eventualmente había de regresar a él y a sus olas intensas.

miércoles, 14 de enero de 2009

La fiesta

Se sentía la caricia de la brisa del mar a medio día, tan paciente como el Sol que se postraba orgulloso justo a la mitad del horizonte. El verdadero apuro se vivía dentro de la cocina. Las mujeres en aquella casa, desde la más pequeñita a la de edad considerable, seguían al pie de la letra las indicaciones dadas por Mercedes, una mulata que había tomado el cargo de cocinera y estaba dispuesta a preparar un suculento platillo para festejar el segundo aniversario del natalicio de Héctor, el hijo más pequeño de Rosa.
Para el festejo se había escogido un menú completamente mediterráneo, algunas botellas de Zinfandel y vino tinto, la puesta de sol frente a una costa de tono verdeazul, cuya marea se mostraba alegre y apasionada; un sinfín de globos multicolores y piñatas, una cascada de chocolate que invitaba a nadar y ser feliz dentro de ella; y un payaso de edad avanzada pero espíritu joven, con la mejor voluntad de arrebatar sonrisas honestas a los pequeñines.
Al sólo pasar por la cocina, el aroma de la comida y los postres se pegaba de uno. Primero el olor a romero y pimienta rosa, después canela, miel, vainilla y por último un fino dejo de anís.
Sobre una silla de madera, Rosa apoyaba los pies para colgar los globos de un extremo de la sala al otro. Héctor corría persiguiendo los globos que saltaban con la brisa que entraba por la parte frontal de la casa, sumergido en un mar de carcajadas y palabras incompletas.
- Héctor, deja ahí!.- Fruncía Rosa el ceño, pero su sonrisa delataba su falsa condición de madre molesta.
El pequeño Héctor respondía con una carcajada y continuaba corriendo tras de los globos.
Karyme, la hermana mayor, sorprendió a Héctor, levantándolo por la espalda y haciendo cosquillas con la nariz en el estómago del infante.
- Muchachito travieso.- Lo reprendió – Ya te dije que no juegues tan cerca de la alberca, es peligroso para un duendesillo como tú, hay tiburones allá abajo que te morderán las pompas así!.- Lo volteó sobre sus brazos y empezó a hacer cosquillas en aquella parte del niño. Héctor reía incontrolablemente.
Desde la cocina se escuchaba la voz exaltada de Mercedes, gritando en una lengua propia de la región donde había nacido. Accidentalmente dejó caer una botella de vino tinto sobre el aderezo de miel y pimienta que se habría de usar en la ensalada. La mujer arrojaba los brazos hacia adelante, atrás y los lados. Todos la miraban extrañados.
- ¡Santa Virgen del Cobre! ¿Cómo pude ser tan boba?. A ver, ¡tú muchachita!.- Apuntó a una de las niñas que inocentemente había entrado en la cocina, en busca sólo de una botella de jugo. – Alcánzame aquella olla sobre la repisa, trae también el tarro de miel que está en la alacena, y el moledor de pimienta. ¡Pero apúrate por el amor de Dios que se me quema esto!.
La muchacha hizo lo indicado, un tanto asustada por la expresión de enojo en la cara de aquella mulata. Mercedes era una mujer de baja estatura, probablemente más pequeña en comparación de la muchacha, pero tenía una complexión robusta, brazos gruesos, un pecho que era difícil de ignorar y una barriga prominente, justo lo necesario para sostener aquel par de mamas, su piel era oscura, tanto o más que la noche y su ceño estaba contraído la mayor parte del tiempo. Era sólo cuando cocinaba que la mujer se volvía una especie de Madre salvadora, e interactuaba armoniosamente con el resto de la familia. La chiquilla salió a hurtadillas de la cocina y dejó a Mercedes terminar de preparar aquel brebaje mágico que habría de darle un toque extra de dulzura a la velada. De a poco fueron llegando los invitados, hermanos de Rosa, primos, tíos, amigos de la familia, compañeritos de salón de las hermanas o del mismo Héctor, y alguno que otro desconocido que asistió acompañando a los invitados quienes, sin quererlo, se seccionaron. Al centro se podía ver a los adultos, en una mesa redonda de caoba, bebiendo tinto y zinfandel, hablando como verdaderos conversadores instruidos, saltando de un tema a otro sin darle conclusión a ninguno, y entre carcajada y carcajada, bebían de sus copas y tomaban algún bocadillo. Los niños en cambio se dispersaron por toda la casa, algunos miraban televisión, otros jugaban en la alberca, y otros más habían decidido bajar a la playa y jugar pelota.
Héctor corría de un lado a otro, envuelto en serpentinas. Alguien tuvo la idea de amarrarle un listón con un globo en el tobillo. El resto de los niños hizo lo mismo y comenzaron así un juego conocido como “ Gallito “, el cual consistía en reventar el globo de los demás, evitando a toda costa que alguien rompiera el tuyo. Se había propuesto que el ganador se llevara un juguete, el que él quisiera; los perdedores en cambio habrían de ser torturados por misiles de huevos podridos. María, la hermana mayor de Rosa, escuchó eso y le pareció una decisión muy cruel, indicó entonces que el castigo para los perdedores no sería ese, si no un chapuzón en el agua de la alberca, el descontento se hizo presente en los rostros de cada uno de los infantes, entonces María propuso que fuera con todo y la ropa que llevaban puesta.
Se dio inicio a la batalla de pies, listones y globos. El sonido de los zapatos contra el suelo era imposible de ignorar, y después de cada trueno tras la muerte de algún globo, los padres reían mientras los chiquillos gritaban de sorpresa o dolor por el pisotón recibido.
Ninguno se atrevió a pisar el globo de Héctor al verlo tan pequeño y entretenido, pero éste aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba para reventar el globo de alguien mas, sin mostrar clemencia alguna, y después de lograr su cometido, Héctor rompía en carcajadas cubriéndose la cara con ambas manos y esbozando una sonrisa que obligaba sus ojos a encogerse. Después de algunos minutos ya la mayoría de los niños habían abandonado la competencia, quedaban únicamente Héctor y su primo León, un muchacho de unos 20 años con un rostro de pingo que refutaba su edad biológica. Héctor lo miraba sonriendo y comenzó de nuevo la lluvia de pisotones. De pronto ¡“ Pum “!. El globo de León había reventado tras de él mientras Héctor se encontraba justo enfrente. Antes de voltear para descubrir quien había sido el autor de semejante atrocidad, la carcajada de Rosa, quien sostenía una copa de tinto, se dejó escuchar. Héctor corrió a abrazarse de su madre mientras León la miraba desconcertado.
- ¡No es justo tía!.- Dijo aguantando la sonrisa.
- El juego consistía en reventar el globo y somos parientes consanguíneos, jugamos en equipo. – Rió Rosa mientras besaba la mejilla del pequeño Héctor.
El Sol se despidió, durmiéndose sobre esa extensa cama azul que el día entero había estado esperándole, dando paso así a un cielo color azul rey coronado por una Luna llena que se mostraba como faro incandescente.
Los niños que habían estado jugando en la orilla de la playa habían vuelto ya, los más pequeñitos estaban a punto de pegar el ojo, entonces Rosa decidió que era hora de partir el pastel. Se juntaron todos al centro, cantando a coro “ Las Mañanitas “ bajo la dirección del mismo Héctor que se sabía estribillos a medias y balbuceando.
Después, la tradicional “ mordida “ y el rostro completo del pequeño quedó cubierto de un betún color café en diferentes tonalidades. Se partió el pastel y se repartió entre los parientes, amigos y desconocidos que estaban ahí reunidos. Rosa limpió el rostro de Héctor y comenzó a servir las bebidas y los dulces a los pequeños que habían formado una fila junto a la mesa. El niño echó a correr sin dirección. La música sonaba alegre. El payaso repartía globos con diversas formas y contaba chistes. Se escuchaba el golpe de los cuerpos contra el agua de la alberca. Las pequeñas olas del mar tratando de derribar las rocas en la playa. Las pláticas de los adultos. Los juegos de los niños.
- Oye Rosa, ¿no es ese Héctor el que está cerca de la alberca?.- Preguntó María.
- Sí, pero ahí está Karyme, no te preocupes. – Respondió Rosa. - ¡Karyme!, ¿ya viste dónde está tu hermano?.
- ¡Ay muchachito travieso!, ¿qué le he dicho sobre acercarse ahí? .- Corrió Karyme y cargó a Héctor sobre los hombros.
- Rosa, debes poner más atención a ese niño, no está bien que Karyme sea quien lo tenga que lidiar todo el tiempo.- Reprendió María a su hermana.
- Ella sólo está ayudándome ahora, no es así todo el tiempo, es nada más porque estoy repartiendo la comida. – Respondió Rosa y regresó a la mesa.
La noche continuó, y el tono de la velada fue cambiando. El payaso había recogido ya sus cosas y se había retirado, tras la victoria ganada del sueño sobre el último de los pequeñines.
Con la llegada de la noche y el aire fresco, los niños más grandes fueron abandonando la alberca temblando de frío. Se dejó de escuchar las canciones infantiles, dando paso a las rancheras de José Alfredo Jiménez. Las botellas de tinto y Zinfandel seguían paseándose por la mesa.
Mercedes recogía los platos vacíos de la mesa y entonaba a la perfección “Corazón, corazón “.
- ¡Héctor, aléjate de ahí!.- Dijo una muy molesta Mercedes. – Bueno, ¿dónde está la madre de ese chiquillo?.
- ¡Rosa, ve por ese niño!.- Ordenó María.
- ¡Karyme!, pues ¿qué estás haciendo que no cuidas a tu hermano?.- Reprendió Rosa – ¿No ves que yo estoy lejos de la alberca?.
- Perdón mamá. – Respondió Karyme.
- Perdón... perdón.- Refunfuñó Rosa. – ¡A ver si para la próxima pones más atención mocosita!
María miró con disgusto a su hermana pero no se atrevió a decir nada, sabía su lugar y entendía que Rosa tenía una forma distinta de educar a la que poseía ella.
Con cada copa de tinto, Rosa se sentía más animada, había sido un mes difícil para ella, recién comenzaba a adecuarse en un trabajo, se separó de su marido, se había mudado de casa y el proceso de ubicarse en un nuevo vecindario se sintió complicado, así que esta fiesta era la excusa perfecta para dejarse llevar, y olvidar los pesares al menos por un momento. Sentía la piel caliente y que el rostro le burbujeaba, no estaba segura si era el calor de inicio de verano o los estragos que el vino estaba comenzando a ocasionar en sus sentidos. Su cabello lucía más relajado, y tenía una sonrisa en el rostro que amenazaba con ser permanente.
- Canto al pié de tu ventana, pa’ que sepas que te quiero… - Comenzó a cantar Rosa.
El tinto se fue agotando y la ligereza de una noche a la orilla del mar se hizo presente.
- ¿Recuerdas cuando mi papá nos llevaba a jugar a la orilla del río?.- Preguntó María a su hermana, ofreciendo el regreso de la complicidad infantil en una leve sonrisa.
- Sí, y siempre cantaba esa canción, ¿te acuerdas?.- Sonrió Rosa.
- Claro que recuerdo. – Suspiró María.
- ¡Dios Santo!.- Gritó Mercedes, siguiéndole a su grito un sonido agudo de platos rompiéndose.
- ¡Héctor¡.- Exclamó Rosa, mientras se ponía de pié y arrojaba la copa de tinto sobre la mesa.
El cuerpo del niño boca abajo flotaba sobre el agua a mitad de la piscina. Solitario. Frágil. Diminuto. Inmóvil. Sus largos cabellos ondulados se movían libres con el pequeño oleaje ocasionado por el viento de la noche.
Rosa corrió como nunca en su vida, con el llanto rompiéndole la voz. Se arrojó sobre la piscina ignorando escalones, profundidad, el frío en el agua.
Tomó al niño en sus brazos, arrancándolo con violencia de la suave textura del agua. Apresuró la salida de la piscina y lo dejó alterada sobre un camastro a la orilla de la alberca, dándole respiración de boca a boca, pero el pequeño no respondía. Rosa comenzó a gritar y agitarlo de una manera desesperada, como si eso fuese a devolverle la vida.
El tinto se regó por toda la mesa, que estaba ahora cubierta también por cristales. Pequeñas gotas de un líquido rojo golpeteaban el suelo, como si aquel mueble entendiera de sufrimiento y empatizara con Rosa.

Para alguien extraño

Te imagino desnudo, de piernas cruzadas y cigarro encendido; mirando como quien no mira y sin embargo persiste.
Me imagino desnudo, de brazos cruzados y mirada encendida; esquivando como quien no sabe y sin embargo se delata.
Nos imagino fundidos en un largo abrazo, que no sabe de distancias, condiciones ni palabras.
Perdiéndonos en una cordialidad obligada.
Te imagino desnudo, de piernas cruzadas y cigarro encendido, cubierto por el sudor de la batalla que precedió al hecho de encontrarnos así.
Me imagino desnudo, de brazos cruzados y mirada encendida, sofocado por el agobio de dejarme escapar.
Nos imagino fundidos en un largo abrazo, que agota de a poco nuestras ganas de hablar.
Obligados a perdernos en una cordialidad que no es nuestra.
Te imagino desnudo, de piernas cruzadas y cigarro encendido, perdiéndote tan pronto como el humo mismo se va yendo.
Me imagino desnudo, de brazos cruzados y mirada encendida, ahogando los resquicios sangrantes de una pasión que me golpeaba el estómago.
Nos imagino fundidos en un largo abrazo, donde reinaba un silencio de tormenta.

viernes, 9 de enero de 2009

Mientras se despide

Ella le miraba alejarse, presa del cristal de su ventana.
Lo veía arrastrando su maleta por el pavimento.
Apoyada en el vidrio helado tejía una oración con los labios, que después terminó enredada en la sal de su alma.
El subió al coche.
Se perdió en la distancia mientras ella ahogaba el llanto.

De las cosas que no debo decir

El día se despertó de enrojecidos ojos. Una nube grisácea cubría las frágiles vértebras de la ciudad, y lejos de aplacar el frío que se paseaba por cada una de sus calles, le encendía más. Se escuchaba rugir al cielo, quizá por enojo, tal vez por dolor, en una ciudad cómo esta nunca se sabe. Vapor de café. Su mirada entretenida viendo el ir y venir de los coches. Bendita avenida Vallarta, y piensa: -Aquí las únicas olas, son las del agua que dejó la lluvia de anoche, que levantan los coches al pasar y tratar de arrebatarse algún lugar más cercano de la nada. Busca algún objeto que pueda captar su atención, y no existe nada ahí. Ni los árboles. Ni la lluvia. Ni el triste cielo. Ni el vapor del café. De pronto y por mero accidente encuentra el reflejo de un hombre casi desconocido que lo mira desde la parte frontal de un cristal. Un hombre de piel acanelada. Cabellera oscura y un tanto desarreglada. Un hombre de rostro cansado. De mirada abatida, con largas ojeras que como péndulos de un reloj, le cuelgan hasta casi terminar las mejillas. Su esencia lo delata, no ha dormido en días. Pareciera que los demonios le han mordido el cuello. Siente lástima por él. Asiente con la cabeza, como mostrando simpatía, el hombre del cristal responde de igual manera. Piensa para sí y se platica: - Qué cabrón más patético. - Al mismo tiempo que le regala una irónica sonrisa. El hombre en el reflejo responde con la misma atención. Una vez más a mirar el ir y venir de los coches, resulta un poco incómodo mirar a alguien tan lastimoso, los coches dan más variedad. -Me pregunto cómo habrá obtenido ese carro una aboyadura tan profunda, el imbécil que lo maneja ¿sabrá que va montado en un Mustang Shelby GT500?. Pobre idiota, basta con verle la cara que se carga para saber que no, no lo sabe. ¡Ay no! esta gente adinerada vaya que está llena de mierda. De nuevo a observar el cristal, y el individuo casualmente voltea hacia él también, pero ésta vez de ojos profundos, oscuros, perdidos, inánimes. La imágen frente a él le abre un hueco en el estómago, y decide ponerse de pie e ir hacia el sujeto que antes parecía indiferente estatua, pero ahora se ha puesto de pie también y camina hacia él con pasos resueltos. El camino entre su mesa y el cristal podía ser largo, más el apuro de ambos logró recorrer la distancia en un tiempo que no se detuvo a esperar. Se inclinan un poco hacia adelante, estiran la mano y se tocan la punta de los dedos.
-!Vaya que estás jodido mi buen!.- Exclama él, y decide sentarse en la mesita de madera que se encuentra pegada del cristal, el hombre del reflejo le sigue también. Saca de su bolso una cajetilla de cigarros completamente corrugada, jala uno casi a la fuerza y le enciende.
-¿Qué? ¿Te quedarás ahí nada más como imbécil sin decir nada?
El hombre del reflejo baja la cabeza, como buscando alguna respuesta que pudiese estar escondida en uno de los sucios tennis que lleva puestos.
-!Pero vamos hombre! que no he venido hasta acá sólo por tu linda cara, noté que tienes ya desde que he llegado mirándome, y no luces nada bien. ¿Necesitas ayuda? ¿Eres alguna especie de vago? !Habla con un carajo!.
-Me das asco.- Responde el confundido ente, con una voz maltrecha y poco esmerada. - Me da asco, tú y tu banalidad de mierda!, que te crees que alzando la voz y mandando al carajo lo solucionas todo. Me da asco tu estúpido rostro, confundido, extraviado, ojeroso. Eres una cosa plana, sin chiste ni gracia. Me causa repulsión tu olor, y el jodido concepto que tienes sobre tu futuro, la falta de ímpetu para escarbar un hueco en el suelo y enterrar el pasado. Me da asco tu forma de vivir el presente. Te haz vuelto un remedo de sueños y anhelos, y ¿para qué?. Para que a la menor provocación, escupas fuego por la boca. Me da asco tu forma de sanar heridas, tu alma llena de cicatrices, tu pestilente forma de querer y demandar amor.
Un aroma a pudredumbre inhunda el lugar, la garganta se le ha vuelto nudo, no sabe que responder. La voz continúa escupiendo ácido. Ahogada en cólera. Resentida por la saliva que aún le queda, y la falta de ganas por parar. El olor se ha pegado de las paredes, las sillas, incluso del café, en su ropa. El hombre del reflejo se detiene sólo por un instante para decidir si respira, fuma o bebe del café. Resuelve regalarle otro momento al humo en sus pulmones, que pueden ser como dos piedras completamente carbonizadas.
-Tienes un espíritu añejo, vetusto, de esos que huelen mal, que causan lástima. Persigues ideales ridículos, inexistentes. Vas por las oscuras calles con el pecho desnudo y el alma abierta. Qué patética situación la tuya. Eres presa de una rutina que durante 24 horas te sofoca, recorre tus visceras y las estira hasta el punto de reventar.
Los dedos se enredan en sus manos torpes. Mira hacia los lados sin voltear. Está atrapado. Lo han descubierto.
-Ese juicio tuyo es muy cruel y poco objetivo. - Replica. - Permíteme explicarte ... - Endereza la espalda y se incorpora para hacerse entender.
Una risa aguda le golpea la frente.La espalda se afloja y vuelve a caer vencida sobre el respaldo de la silla. Sabe que el argumento que estaba a punto de dar es tan débil como él mismo. Toma de nuevo el cigarro y le da un sorbo más, mientras se sumerge profundo dentro de sí mismo. El hombre del reflejo desaparece con la última bocanada de humo.
-La cuenta, por favor.
Recorre las calles como un verdadero autómata, sin rumbo o dirección fija, de pronto ese olor a suciedad se vuelve a hacer presente. El frunce el ceño y sigue el rastro del hedor. Mira desde el otro lado de la avenida a un hombre gordo y de cabellos enredados, cubierto en el torso con los resquicios de lo que juraba haber sido en una mejor vida un saco de sastre color añil, y el resto de su cuerpo estaba abrigado por retazos de un pantalón de mezclilla que no alcanzaba a cubrirle las pantorrillas. Se acerca decidido y lo mira con desesperación. El hombre extrañado le sonríe, revelando así un arsenal de dientes verdosos y encias rojizas. Toma al hombre del cabello y lo arroja con fuerza al piso, donde comienza a patearlo en las piernas, los genitales, el estómago, el pecho, y por último arremete con la cabeza, le pateaba con tal fuerza que logró romperla y convertirla entonces en una cascada de agua roja y densa. El hombre aprovechaba la respuesta de sus reflejos para cubrirse con lentitud las áreas que habían sido ya golpeadas, solo lloraba y pedía perdón.
-Muérete, maldita escoria! Muérete!. - Continuaba golpeándolo. Sus ojos se habían vuelto calderas de odio, que estallaban en lágrimas ardientes, mismas que se confundían con la saliva que caía de su boca. Era como un perro rabioso. El vago quedó tirado a mitad del andén. Se limpia el traje, sacude el polvo, seca las lágrimas, saca de su bolsillo una pañoleta blanca y limpia la sangre de sus zapatos, que ha adquirido un color café por haberse mezclado con el lodo. Se aleja entonces, tranquilo ya.