sábado, 17 de mayo de 2008

¿Por qué tengo que morir igual?

Las noches se han vuelto noches de caminar en círculos.
De dolor en los pies.
De cansancio en el alma.
De avispar los sentidos.
De respirar el olor a ausencia que tiene la noche.

Las noches se han vuelto noches de pausa.
De contar las vueltas que da el ventilador en el techo.
De permitir que el aliento se escape.
De dormir con la boca seca.
De quietud indeseada en la cama.

Las noches se han vuelto noches de espera.
De recurrir a una esperanza que pierde su fuerza.
De irle soltando la mano a la poca sanidad que me queda.
De aflojar el alma por los ojos.
De dormir con la nuca mojada.

Las noches se han vuelto noches de silencio.
De carecer de la fuerza que se requiere para abrir la boca.
De anhelar ese estado permanente.
De sentir pasar el aire helando mi nariz.
De darme por muerto.

Las noches se han vuelto noches.
La noche se vuelve en noche.
El sol perdió la gana de aparecer.

domingo, 11 de mayo de 2008

Igual como tantos días, me enrollo y desenrollo acostado en el sofá. La primera impresión que tengo del día son los bajos del estéreo del vecino, que ha comenzado a tocar una melodía que tortura mi cabeza. Finalmente amanece el cuerpo, más el alma se ha quedado quieta en algún lugar del Limbo. Abro mis ojos contra mi propia voluntad; no he soñado nada y aún así es mejor estar dormido que despierto. Sin realmente querer evitarlo, recurro a un apartado en mi imaginación, en la sección de recuerdos. Despego el cuerpo del sofá, llegó la hora de prepararme el desayuno, tomar las vitaminas que mi madre ha enviado con el afán de que mejore mi salud, por que ultimamente todo es rojo en mi. A partir de que llegué a esta ciudad, mi nariz no ha dejado de sangrar, y yo con ella.

Miro el reloj, como un condenado observa la guillotina. El desayuno listo me llama, y acudo más a fuerzas que de ganas. Primero vá una, después la otra, me he tomado ya las 6 pastillas matutinales que mi cuerpo requiere para funcionar; aún a pesar de mis pesares. Frente de mí van cobrando vida una serie de imágenes, y yo como fiel espectador me siento un momento a verles pasar. La primera es una que me describe el amor y la tranquilidad del abrazo maternal. Mi rostro esboza una sonrisa con sabor a sal. La nostalgia se convierte en dos largos y fríos brazos, mismos que me recorren y envuelven. El rostro se vuelve marea; una marea que sube y que baja con una fuerza abrupta, que va levantando olas furiosas, mismas que terminan por romper en la comisura de mis labios. De pronto preciso de un poco de quietud, más no la quietud que tengo. Qué estúpido mi afán y mi empeño en complicarlo todo; de hacer de todo, un suceso.

Me abandono frente a un cuaderno para escupir las pocas palabras de sanidad que me quedan. Exprimo cada centímetro de la piel y nada escurre.

Me estoy quedando seco, y mis ojos no lo entienden.

Me estoy quedando seco, y mis ojos ya no sienten.

Me estoy quedando seco, y mis ojos quisieran verte aquí, tenerte cerca de alguna forma; estirar la mano, y con la punta de mis dedos caminarte de arriba abajo, de abajo arriba, redescubrirte el rostro.
No quiero más esta sensación, que se aferra a mi garganta y la estruja con violencia.
No quiero más esta sensación, que me obliga a sentir cuando no quiero hacerlo.
No quiero más esta sensación.

lunes, 5 de mayo de 2008

Amor.
Rival, aliado.
¿Trofeo? ¿Derrota?.

Amor.
Fuego, agua.
¿Pureza? ¿Polución?

Amor.
Vida, muerte.
¿Lágrimas? ¿Bendición?

Amor.
Sangre en los ojos, mariposas volando en un vacío.
¿Sensación veloz? ¿Lento martirio?

Amor.
Soy yo cuando te muerdo la espalda.
O te descubro nuevas formas con la punta de la lengua en tu dérriere.
¿Placer? ¿Búsqueda?

Amor.
Rídicula necesidad, innecesario regalo.
¿Dulce momento? ¿Felicidad etérea?

Amor.
Idealizarte, procurarte en mis ausencias.
¿De verdad?