martes, 18 de agosto de 2009

Y cuando abrí la cortina, había una batalla afuera.

Me desperté por culpa de un hedor, quien insistentemente quería recorrer hacia adentro por mis fosas nasales.
Le declaré la guerra tan pronto abrí los ojos.
Después me acordé.
Permanecí algunos segundos boca arriba, o quizá fueron minutos.
Estiré la mano y tomé un cigarro, mi estómago me hacía mil promesas de molestias vespertinas; no me importó.
Sorbí un poco y escupí el humo.
Sorbí un poco más.
Miré cómo se enrojecía el papel.
Entre la nube gris que ahora cubría una pequeña parte de espacio sobre mi, creí haberte visto.
Se dibujaron tus ojos que prometían, las mejillas lisas, tu nariz picudita, tus labios rosas; rosas y sin textura alguna, y ese músculo ovalado con el que, algunas noches atrás, hacías cosquillas en mi paladar.
La boca se te abría, articulando palabras que no podía escuchar, intentaba nada más adivinarte los labios.
Un líquido verdoso salía de tu garganta, y resbalaba por mi lengua.
Bajaba por mi faringe, usando la saliva para lubricar su recorrido.
Se me adormecieron los adentros.
El estómago detuvo su labor, y los alimentos que esperaban por ser digeridos tuvieron que hacerse a un lado y conversar entre sí.
Yo me llenaba poco a poco del veneno con que me anestesiabas.
Se me inflaron el pecho y las esperanzas.

*El engaño tiene siempre dos extremos:

1. Madurez
2. Alevosía

Sabiéndote en el número dos, solamente puedo desearte suerte en el largo recorrido que amerita encontrarse en el uno… tu nueva oportunidad tiene nombre propio.

domingo, 16 de agosto de 2009

Finalmente es mi espacio y no lo cederé

Es un " do " que se repite sólo una vez, " si " " la ".
Todo en negritas, que hablan por corto espacio de segundos, para después regresar, medio contentas, medio aplacadas; quizá suban a " fa ", quizá se queden calladas.

Es un cansancio que se mezcla con el sabor de la noche.
Todo negrito, y el silencio no platica esta vez.
Se escucha a lo lejos la respiración de los coches, el palpitar de las horas.
La palma de mi mano derecha cuestiona a mi mejilla y a mis labios.
Quizá le responda más tarde, quizá me lo guarde por siempre.

Qué ganas de quedarme sin ganas.

Si hago un arpegio en la guitarra y me recuesto sobre ella puedo sentirlo todo, las vibraciones de su aire, los suspiros contenidos, las historias que no terminamos de contar, y que por pura necesidad vamos a dejar pendientes.
Voy a caminar mucho y a respirar más, a limpiar el playlist de mi itunes, hay canciones repetidas y sonidos que vengo cargando de algún tiempo atrás.
Las olas son el vientre materno al que pretendo regresar, te buscaré allá.
Quizá esta vez sí te logre encontrar, y por fin quieras venir acá.
Entonces todos sabrán que el gris se terminó, y comprenderás también que he aprendido a cocinar.
Con todo y que te quedaste en el limbo, seguro te gustará.

jueves, 13 de agosto de 2009

Jueves

Un día más que me despierto dándole la vuelta a alguna hojita del calendario.

- Casi lo olvidaba - Dije. Y me volví a dejar caer sobre la cama, con la mirada medio presente y medio extraviada contaba los borditos del concreto en el techo.

Hace mucho que no voy a casa.
Algo me dice que, contando el día de hoy, son exactamente ocho años.
Y me vuelvo a platicar todo con lujo de detalles, con un afán medio estúpido, tratando de recordar claramente hasta el grado de la ridiculez.

El primer día de escuela, mientras sentado desde una banquita de metal recién pintada de verde, te miraba al otro lado de la reja, con esos ojos melancólicos, que a veces creo que te heredé, como si verme ahí sentado, esperando impaciente que se abriera la puerta del salón, te pareciera el más grande de tus triunfos. El resto de mis compañeros se aferraba con desesperación a los barrotes de aquella reja, suplicando a sus padres que no los dejaran ahí. Tú parecías sentirte orgulloso de que yo no gritara ó hiciera escándalos, aunque creo que de alguna forma esperabas también que corriera a pedirte que te quedaras ó me llevaras contigo, pero no lo hice.
Después, el rugido de tu moto anunciaba tu partida.
Un hueco de ansias oscuras se abrió en mis adentros.
Trataba de amarrar las lágrimas a mis pupilas, y con ambas manos me aferraba a mi lonchera.
Me había quedado solo, escuchando el llanto de decenas de niños que no conocía.
Corrí a la reja y grité tu nombre hasta el cansancio, pero no regresaste.
Fuí creciendo, y tú y mamá crecieron conmigo.

Algo similar me ocurrió en tu funeral.
Funeral. Qué funesta palabra.
Funeral. Funeral. Funeral.
Hacía un frío otoñal, y yo recién había recibido la noticia.
Bajaba de un carro, no recuerdo de quién.
Ni recuerdo si Paty venía conmigo. Lo más seguro es que sí.
Miré mis pies y me dí cuenta que no había amarrado mis agujetas.
Entré en la capilla velatoria.
La primera persona que ví fué a mí mamá, con el rostro desencajado frente a la caja que te contenía.
Me senté ahí, recargué mi cabeza en su hombro, pero seguro ni cuenta se dió.
Una vez más, sentado en una banquita, escuché llorar a gente que no conocía.
Ningún ruido anunció que te ibas.
Quize ponerme de pie, sacarte de ahí y correr a no sé dónde, pero tampoco lo hice.

Destapaste mi habilidad para curarme las heridas con letras, y con tu partida la volviste a tapar.
Te siento tan incierto, que a veces pienso que eres uno más de esos cuentos que me invento en las noches de no poder dormir.
Intento inutilmente recordar tu tono de voz y no lo encuentro.
Hoy no quiero levantarme.
Hoy no quiero estudiar, ó tocar la guitarra, ó comer, ó saber, ó leer, ó escuchar, ó recordar.
Quiero sentirme en casa, pensar que vuelves, que esa resolución divina me llega, y puedo por fin entender todo de golpe, y curarme el alma.
Escuchar tus silbiditos tempraneros.
Que me cuentes de la señora de la enciclopedia, ó el señor del ropero, ó de tus travesuras cuando niño, ó de la comida de tu abuela, platícame un poquito más.
Sé bien en donde estás pero .. en dónde estás?

martes, 4 de agosto de 2009

Cerré los ojos y todo se oscureció,
tu piel, mis ganas, tu indiferencia, mi soberbia.
Los débiles recuerdos, se aferraban con uñas y dientes a mi espalda.
Fueron las palabras, siempre las palabras; que nos salpicaban de una melancolía inexplicable, que no podía hablarse con lengua y saliva, que escurría por mi rostro y caía en el papel.

Me gusta lo que dices, como lo dices y cuando lo dices.
O decías.
Las vibraciones que producían tus labios, no me dejan dormir.
Reniego un poco de lo que me acuerdo, me doy la vuelta y termino sobre mi costado derecho.

Cierro los ojos y pretendo un rato.
No espero tu llamada, no imagino tus caricias.
No escucho tus respiros.
No siento tu distancia.