martes, 4 de agosto de 2009

Cerré los ojos y todo se oscureció,
tu piel, mis ganas, tu indiferencia, mi soberbia.
Los débiles recuerdos, se aferraban con uñas y dientes a mi espalda.
Fueron las palabras, siempre las palabras; que nos salpicaban de una melancolía inexplicable, que no podía hablarse con lengua y saliva, que escurría por mi rostro y caía en el papel.

Me gusta lo que dices, como lo dices y cuando lo dices.
O decías.
Las vibraciones que producían tus labios, no me dejan dormir.
Reniego un poco de lo que me acuerdo, me doy la vuelta y termino sobre mi costado derecho.

Cierro los ojos y pretendo un rato.
No espero tu llamada, no imagino tus caricias.
No escucho tus respiros.
No siento tu distancia.

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