martes, 18 de agosto de 2009

Y cuando abrí la cortina, había una batalla afuera.

Me desperté por culpa de un hedor, quien insistentemente quería recorrer hacia adentro por mis fosas nasales.
Le declaré la guerra tan pronto abrí los ojos.
Después me acordé.
Permanecí algunos segundos boca arriba, o quizá fueron minutos.
Estiré la mano y tomé un cigarro, mi estómago me hacía mil promesas de molestias vespertinas; no me importó.
Sorbí un poco y escupí el humo.
Sorbí un poco más.
Miré cómo se enrojecía el papel.
Entre la nube gris que ahora cubría una pequeña parte de espacio sobre mi, creí haberte visto.
Se dibujaron tus ojos que prometían, las mejillas lisas, tu nariz picudita, tus labios rosas; rosas y sin textura alguna, y ese músculo ovalado con el que, algunas noches atrás, hacías cosquillas en mi paladar.
La boca se te abría, articulando palabras que no podía escuchar, intentaba nada más adivinarte los labios.
Un líquido verdoso salía de tu garganta, y resbalaba por mi lengua.
Bajaba por mi faringe, usando la saliva para lubricar su recorrido.
Se me adormecieron los adentros.
El estómago detuvo su labor, y los alimentos que esperaban por ser digeridos tuvieron que hacerse a un lado y conversar entre sí.
Yo me llenaba poco a poco del veneno con que me anestesiabas.
Se me inflaron el pecho y las esperanzas.

*El engaño tiene siempre dos extremos:

1. Madurez
2. Alevosía

Sabiéndote en el número dos, solamente puedo desearte suerte en el largo recorrido que amerita encontrarse en el uno… tu nueva oportunidad tiene nombre propio.

2 comentarios:

Adrián Mariscal dijo...

Celebro tus textos. Debo admitir que me son agradables...son como un dulcecillo que después de saborear te deja un buen sabor de boca.

Abrazo!

BLEH Comics dijo...

Este ya lo había leído, pero me sigue gustando mucho y al parecer todavía me derrumba, lo leeré un par de veces más. La parte de "se me inflaron el pecho y las esperanzas" es devastadora.

Escribes muy bonito, muchacho que no conozco.