viernes, 19 de diciembre de 2008

Pascuala.

Eran las 5:30 am y los gallos no dejaban de cacarear en el corral de atrás de su casa. El frío que abrazaba tranquilo el techo de adobe, se hacía presente en esa humilde morada. Ella abre los ojos como quien no, queriendo disimular con un bostezo que no ha pasado la noche en vela. Toma del ropero el vestido desgastado que su madre le ha heredado en vida.
– Tenía un hermoso color naranja, y yo era la más linda de la fiesta, fue el mismo día que tu papá me pidió ser su novia. – Le dijo entre risillas coquetas cuando se lo regaló.
En su rostro se dibuja una enorme sonrisa mientras toma el vestido del ropero. Se introduce en él con suma precaución por que las costuras son algo frágiles ahora. El cabello le llegaba a la espalda, era como una cascada de oro brillante y oscuro, lo trenza en un santiamén, para después caminar hacia la cocina y tomar un poco de leche recién ordeñada de la vaca del vecino, quien tan amablemente les ha vendido el galón por 5 pesos. Los dedos de la madre formando una cruz se pasean por su rostro. Un beso en la frente para darle efectividad a la bendición.
– Ve con Dios. – Le dijo.
Ella toma la bolsa hecha de mecatitos que anteriormente era usada para cargar las provisiones que llegaban a la casa. El camino a la parada del autobús era largo, pero la acompañaba “manchas”, un escuálido animal que más que perro parecía una rata enorme. Así con todo y las costillas al aire era su fiel guardián; a pesar de que su mirada lánguida causaba más lástima que terror, manchas estaba dispuesto a dar la vida por Pascuala, aunque se le fuera la mandíbula en ello. Las 6:20 y el fresco aire de Abril comenzaba a helar las delgadas piernas de ella. Su piel de cobre lucía pálida de tan reseca que la dejaba el viento. – ¡Manchas, deja de husmear ahí! – Ordenaba ella. El animal buscaba comprensión en su mirada y regresaba el hocico al basural. Finalmente el autobús de las 6:30 llegó puntual. Pascuala tomó su bolsita en la cual cargaba los pocos libros que su padre pudo comprar, una libreta en la que escribía sus cuentos, y dos manzanas que compartiría más tarde con algún compañero.
Durante el recorrido, Pascuala se venía sintiendo cada vez más ansiosa. Entre más cercana sabía la escuela, más vuelco el corazón le daba. Se sentía bendecida por una oportunidad así. El barrio del que ella provenía era un fraccionamiento completamente improvisado en lo alto de un cerro. Las paredes eran de cartón en la mayoría de las casas, algunas tenían cortinas por techo, y los niños en vez de jugar o repasar lecciones de matemáticas debían contribuir a solventar los gastos de la casa. Pascuala era la única entre sus amigos que sabía leer y escribir, no se desenvolvía con soltura, sin embargo, a sus 13 años no estaba dispuesta a dejarse comer por la ignorancia.
El deseo de aprender le vino desde muy pequeña. Su abuelo, un viejillo hipocondríaco y quejumbroso, constantemente adquiría toda clase de malestares, razón por la cual vivía enfermo. Pascuala pasaba horas escuchando sus dolencias, que si la cabeza, o el corazón, que ya pronto me muero y no tengo salvación. Ella no conocía del problema por el que pasaba su abuelo, y se acongojaba al ver el montón de frascos, todos del mismo tamaño y color, sin saber con precisión cuál debía darle.
Tanta era la preocupación que Pascuala sentía, que un día se soñó en la sala de la casa del abuelo escuchando el radio. La voz del viejillo se oía lejana y tormentosa.
Ay hija, ¡ahora sí me muero!- Tosía y tosía escandalosamente.
Pascuala se incorporaba apurada y corría hacia la cocina. Ya de frente a los miles de frascos que tenía el abuelo para todos y cada uno de sus malestares, Pascuala no podía decidir cuál llevarle. El anciano continuaba.
Apura hija, apura, ¡que se me sale el demonio por la boca!- Pascuala cierra los ojos, invocando a la Virgen del Calvario, haciendo círculos con su mano sobre los frascos y rezando un padrenuestro toma por fin uno de ellos y lo lleva con apuro al cuarto del abuelo.
El viejo se traga las pastillas apresurado y por un momento la calma reina en la habitación. De pronto el abuelo comienza a toser, cada vez más y más fuerte. Pascuala intranquila se acerca para ayudar al viejo pero observa que el estomago se le infla y desinfla de golpe. Pascuala comienza a gritar atemorizada. Los ojos del viejo brincan hacia afuera de sus cuencas y regresan, entonces una mano roja y de uñas largas, se abre paso por la garganta del pobre hombre y se asoma por la boca. El cuarto se inunda de un olor a azufre. Se alcanza a ver ahora una oreja puntiaguda...
Pascuala despertó aterrorizada, se vistió de prisa, corrió hacia la iglesia del pueblo y le rogó al padre que la enseñara a leer y escribir.
Aprendió pronto los conocimientos que el sacerdote compartió con ella. Había devorado un libro de cuentos infantiles que el hombre le regaló y se sentía deseosa de aprender más y más. Pascuala había adquirido fama en el barrio de saber leer, y algunos niños se acercaban pidiendo que les contase cuentos. Cuando ella ya había recitado los que conocía de memoria, comenzó a mezclar historias y agregarles un poco de las ideas que navegaban en su mente.
El autobús se detiene por fin, Pascuala baja de él y se dirige a la entrada de la escuela. Mira con desconcierto al montón de niños que aferrados a la reja gritan y berrean, suplicando a sus padres regresar por ellos y salvarlos del tormento que es quedarse ahí encerrados por cinco ininterrumpidas horas.La piel clara, el cabello cobrizo y el almidón usado para planchar los vestidos de las demás niñas terminan por intimidar a Pascuala. Decide sentarse en la banquita fuera de una habitación marcada como 1 A. Suspira hondo. Sonríe tímida a cualquiera que mira pasar. Una mujer de estatura corta, piel de algodón, barriga prominente y cabello oscuro como el suyo se acerca a ella y le toma de la mano para encaminarla al salón. La sienta en una mesita cuadrada con otras dos niñas.
- Niños, ella es Pascuala y será su compañera por este ciclo escolar. Pascuala, ellos son los muchachos y yo tu maestra Luz.Pascuala asiente con la cabeza, y mira a todos con alegría pero no se atreve a decir nada. Regresa a sentarse a la mesita. La maestra escribe algunas cosas en el pizarrón. Saca plastilina. Da indicaciones. Abre y cierra libros. Dibuja en libretas. Corta figuritas. Explica la clase, siempre dirigida a Pascuala, pues es la invitada de honor. Pocas eran las ocasiones en que los niños se acercaban a ella. Se sentían amedrentados. Las diferencias entre ellos y la chiquilla eran palpables, pues mientras ellos apenas y pegaban un brinco para lograr encender el aire en el salón, las hormonas ya comenzaban a provocar cambios en Pascuala. Su vestido color naranja pálido detenía las dalias que de su pecho estaban a punto de florecer. Tenía una espalda breve, y su piel reflejaba el sol que se posaba sobre ella.
Pasaron algunas semanas y nadie en el salón, excepto la maestra, conocía el color de voz de Pascuala. Algunos niños decían que era muda, otros que estaba loca. La verdad era que Pascuala no dominaba del todo bien el español. La comunidad de donde ella provenía era tan pequeña y no había necesidad de ir a la ciudad que aún conservaban intacta su propia lengua.
Un día una chiquilla maliciosa se acercó a ella explicándole que sabía sobre su procedencia, y que estaba al tanto también que el español no era su fuerte. Le ofreció ayuda a cambio de que dijera algo indicado por ella y Pascuala aceptó. La llevó a la parte trasera de la escuela, donde había reunido ya a más de la mitad de nuestros compañeros de salón.
-Muy bien Pascuala, lo único que debes hacer es leer en voz alta lo que yo escribiré en el pizarrón, ¿correcto?.
Y pascuala asintió.
La niña sacó un pedazo de tabla en el cuál había escrito: Soy una india tonta y mal educada, huelo a basura y uso huaraches.
Pascuala leyó aquello libre de cualquier preocupación o vergüenza, el poco conocimiento que ella tenía sobre el idioma no alcanzaba las orillas de la humillación y el desparpajo, era un ser de belleza íntegra.
Todos se rieron, y entonces Pascuala descubrió la intención de todo aquello. Se alejó cabizbaja y llorando en silencio.
Continuó el ciclo escolar, y con él las agresiones a Pascuala. Si no era un cuete bajo su banca, era una araña en su mochila, un chicle en su cabello o polvo pica-pica en su espalda, siempre provocado por la misma chiquilla de cabellos rubios y carácter agrio.
Pascuala estaba tan enojada, que una noche antes de dormir, y después de haber llorado por horas las humillaciones recibidas y el desazón de saberse rechazada, pidió con pasión que aquella niña que tanto sufrimiento le había provocado se quedase calva y perdiera toda gracia regalada por sus genes. Después, la tranquilidad del sueño, seguido por los rayos del sol y el cacareo de los gallos.
Al llegar el día siguiente a la escuela, Pascuala observó con sorpresa que su poco amable compañera no había asistido a clases. Despreocupada se sentó en la mesita y escucho atenta las indicaciones de la maestra. Por primera vez desde que entró a ese salón ninguna burla había sido dedicada a ella, pareciera que la tregua que había pedido con tanto fervor le fue otorgada. Pasaron más de dos semanas y la chiquilla no aparecía, a pesar de que Pascuala se sentía bastante cómoda con ese hecho, no pudo evitar preguntarle a la maestra Luz la razón de su ausencia. La mujer respiró hondo, pidió a Pascuala regresar a su asiento. Miró a todos compungida, se puso de pié frente a los niños y dijo en voz alta:
- Niños, he tratado de evitar a toda costa decirles esto, pero sé que algunos de ustedes están muy preocupados por su compañera Carla y quieren saber el motivo por el cual no está asistiendo a clases. Carla tiene cáncer. Se lo diagnosticaron hace dos semanas, y ahora está pasando por un proceso médico un poco complicado. Si ustedes quieren ir a verla, podemos organizarnos y visitarla, sólo vengan a hablar conmigo y nos pondremos de acuerdo con el director para realizar una visita.
Pascuala pegó un grito de dolor y salió corriendo del salón ahogada en lágrimas. La maestra fué tras ella y la siguió hasta el baño de niñas. Todo intento por sacarla de ahí no logró fruto alguno, la muchacha se negó a salir y no hubo poder humano que la convenciera de lo contrario.
Más tarde logró tranquilizarse y regresó al salón.
Los días continuaron su marcha sin perdonar al tiempo. Pasó poco más de un mes y ningún niño se había anotado en la lista de visitas a casa de Carla. Durante el receso Pascuala se acercó al escritorio de la maestra, observó la lista vacía y la dirección de Carla escrita en un pedazo de papel roto. Cerró los ojos y se disculpó en voz baja. Tomó el papel y lo metió en una de las bolsas recién zurcidas de su vestido.
Cada vez que el timbre de salida indicaba la hora de abandonar la escuela, Pascuala se cuestionaba si sería buena idea acudir a casa de Carla, temía que esta fuera a recibirla con una bomba de polvos pica-pica o le arrancara el cabello a tirones. Una tarde habló con su madre y muy seria le pidió permiso para visitar a su compañera, quien vivía al otro lado de la ciudad, la madre aceptó y se ofreció a acompañarla pero Pascuala no estuvo de acuerdo.
Después de algunas horas de camino, Pascuala llegó a un vecindario muy distinto al suyo. Las casas eran grandes y de colores pastel, todas tenían jardines vastos y flores con formas y aromas que ella desconocía. Se detuvo frente a un pequeño palacio hecho mayormente de cristal y madera marcado con el número 453. Respiró hondo. Tocó el timbre y un sonido por el altavoz preguntó:

-¿Quién llama?.
- Mi nombre es Pascuala. – Respondió. – Vengo a ver a Carla.
La puerta se abrió y Pascuala caminó hacia dentro de la vivienda. Una mujer de anatomía larga, y olor a vainilla la recibió y con una sonrisa le indicó el camino a la habitación de Carla.
Ella subió las escaleras y tocó dos veces a la puerta.
-¿Quién?.- Preguntó una voz agotada.
- Soy Pascuala. ¿Puedo pasar?.
La puerta se abrió antes de que ella pudiera terminar la frase, y se encontró con la figura delgada de su compañera. Los radiantes hilos de oro que antes adornaban su rostro se habían ido, y el color rosado de su piel, había sido sustituido por un lastimoso amarillo. Pascuala apretó los labios, tragó saliva y estiró las manos para darle a Carla un ramo multicolor de flores que había recolectado en su camino a esa casona. La niña las recibió con una sonrisa humedecida por agua salada. Pascuala la acompañó a su cama y comenzó a contarle los pormenores de las lecciones que estaban llevando. Bajó después por leche y un poco de galletas para compartir uno de sus nuevos cuentos con su ahora amiga. Todos los días Pascuala, al repicar el sonido de la campana de salida, corría veloz y contenta a casa de Carla, cargando ramos de flores y las lecciones del día para hacer juntas las tareas indicadas por la maestra, y después de repasar y asegurarse que todo había quedado entendido, Carla se acostaba boca abajo, con el rostro apoyado en las palmas de sus manos y escuchaba atenta el nuevo cuento que esta vez había escrito Pascuala para contarle antes de dormir.

martes, 16 de septiembre de 2008

De pronto no supe cómo actuar.
Ahí estabas tú, de mirada desencajada y perdida, casi muerta.
Aquí estaba yo, con fuego en los labios, y un sollozo a punto de escapar. Nada más que el sonido de los coches y una pantalla fría, como tú y como yo.
Entonces rompiste el silencio: " Debes dejarme " dijiste. " Bien " respondí yo.
A decir verdad te imaginé más dulce, más digno.
Las horas que dedicabas a mi espalda me hicieron concebir una idea equívoca.
Creo que a fín de cuenta eso eres, un momento equívoco.
Qué te sabes tú lo que es darse sin reserva.
Rehusarse a tantear terreno.
Querer con la boca y el corazón.
Lo tuyo fué deseo, ganas de escapar de una realidad que te tragaba entero, que te asfixiaba; no fué más que una cogida y un burdo agradecimiento a la hora de separar los cuerpos. Lo tuyo era besarnos hasta quedar sin aliento, agotados el uno sobre el otro. Lo tuyo es doler, confundir, joder. Lo tuyo es recitar palabras que envuelven, que alzan, que engañan. Lo tuyo es morir ahogado en un profundo hueco, turbio y oscuro, abandonado en mi mente. Lo tuyo es huir.
Cobarde de mierda!

viernes, 13 de junio de 2008

Recostado sobre el colchón.

No, recostado no.

Tirado, desparramado cual escupitajo que arroja un gigante muy congestionado, sobre el colchón. Así está mejor.
Con una amplia y panorámica vista hacia un redondo reloj, que emite sonidos extraños cada vez que le enseño la lengua. Mi lengua, húmeda y roja, roja y húmeda, que dibuja líneas verticales tentando al reloj. TIC TAC. TIC TAC. Monótona respuesta. TIC TAC. TIC TAC. Y cierro los ojos, y aflojo los hombros, después va la espalda, le sigue la cadera y por último los pies. Completamente ido, por completo ausente. Visión oscura al principio, que comienza a iluminarse casi a jalones de oreja. El insulso reloj se va alejando. TIC TAC. Tic Tac. tic tac. tic. Todo es paz, y una melodía bossa novesca me acaricia la mejilla y me hace ronronear e involuntariamente arrojar mi brazo hacia un lado, sólo para dejarlo caer sobre el espacio vacío, abro los ojos de a poquito y confirmo la circunstancia.
Los cristales empañados, la calle emite un sonido que me llama. Plap. Plap.
El suelo frío. Mis pies desnudos. Acerco la mano al cristal de la ventana y me apoyo sobre él, comienzan a escurrir gotas de agua, de claridad, de memorias, de sonrisa que en algún momento fuí.

- Hoy por la mañana te escribí una canción-. Le dije.
-!¿En serio?¡- Sonrió ella.
-!Sí¡- Afirmé.

Cosas que la lluvia trae consigo, gotas de recuerdo.
Las lluvias no son lo mismo ultimamente, camino solo, las veo de lejos, huelen distinto.
Sí extraño aquellos días, aunque yo siempre he sido de la idea de que "no hay mal que por bien no venga" y sé que ningún cambio es malo, de todo se aprende, es inevitable afligirse.
El único regalo que tengo y que no siempre me atrevo a dar, son las palabras, y evitando, o mejor dicho apretándome un tanate, y aguantando la pena que podría mi alma sentir al saberse desnuda y desarropada, compartiré un poco de las palabras que ha creado tu presencia en mí, tú sabes quién eres, y espero que esas pocas palabras puedan hacerte sentir un poquito más cercana a mí, por que ultimamente, yo no me siento tan cerca de nada.

La melodía que viene,
que se posa fiel y nos envuelve.
Esa espesa espuma blanca,
que se altera con la noche,
que se eleva y nos moja el rostro.

Las risas con olor a chocolate y café.
Caminatas largas, desesperos y pasión,
Suerte que las estrellas nos platiquen hoy también,
Suerte que sí seamos de papel.

Vas contenta bailando en el borde de los sueños,
como si no conocieras del temor,
yo te miro, te admiro y quisiera bailar también,
más mi coordinación es nula,
pero hoy la luz de la luna,
viene a tu silueta bien.

Curioso que tu mano tenga más calor que el sol,
y entre tus brazos, las lágrimas me saben mejor.

Hoy no hay que llorar,
Hoy tengo ganas de gritar,
De emitir sonidos raros, de sentarnos cerca de la playa,
y escuchar cantar al mar,
hoy no hay que llorar,
Dejar que la lluvia caiga, y cantarle al mar.

domingo, 1 de junio de 2008

Depurar para crear.
Resolver para depurar.
Orar por resolver.
Creer para orar.

sábado, 17 de mayo de 2008

¿Por qué tengo que morir igual?

Las noches se han vuelto noches de caminar en círculos.
De dolor en los pies.
De cansancio en el alma.
De avispar los sentidos.
De respirar el olor a ausencia que tiene la noche.

Las noches se han vuelto noches de pausa.
De contar las vueltas que da el ventilador en el techo.
De permitir que el aliento se escape.
De dormir con la boca seca.
De quietud indeseada en la cama.

Las noches se han vuelto noches de espera.
De recurrir a una esperanza que pierde su fuerza.
De irle soltando la mano a la poca sanidad que me queda.
De aflojar el alma por los ojos.
De dormir con la nuca mojada.

Las noches se han vuelto noches de silencio.
De carecer de la fuerza que se requiere para abrir la boca.
De anhelar ese estado permanente.
De sentir pasar el aire helando mi nariz.
De darme por muerto.

Las noches se han vuelto noches.
La noche se vuelve en noche.
El sol perdió la gana de aparecer.

domingo, 11 de mayo de 2008

Igual como tantos días, me enrollo y desenrollo acostado en el sofá. La primera impresión que tengo del día son los bajos del estéreo del vecino, que ha comenzado a tocar una melodía que tortura mi cabeza. Finalmente amanece el cuerpo, más el alma se ha quedado quieta en algún lugar del Limbo. Abro mis ojos contra mi propia voluntad; no he soñado nada y aún así es mejor estar dormido que despierto. Sin realmente querer evitarlo, recurro a un apartado en mi imaginación, en la sección de recuerdos. Despego el cuerpo del sofá, llegó la hora de prepararme el desayuno, tomar las vitaminas que mi madre ha enviado con el afán de que mejore mi salud, por que ultimamente todo es rojo en mi. A partir de que llegué a esta ciudad, mi nariz no ha dejado de sangrar, y yo con ella.

Miro el reloj, como un condenado observa la guillotina. El desayuno listo me llama, y acudo más a fuerzas que de ganas. Primero vá una, después la otra, me he tomado ya las 6 pastillas matutinales que mi cuerpo requiere para funcionar; aún a pesar de mis pesares. Frente de mí van cobrando vida una serie de imágenes, y yo como fiel espectador me siento un momento a verles pasar. La primera es una que me describe el amor y la tranquilidad del abrazo maternal. Mi rostro esboza una sonrisa con sabor a sal. La nostalgia se convierte en dos largos y fríos brazos, mismos que me recorren y envuelven. El rostro se vuelve marea; una marea que sube y que baja con una fuerza abrupta, que va levantando olas furiosas, mismas que terminan por romper en la comisura de mis labios. De pronto preciso de un poco de quietud, más no la quietud que tengo. Qué estúpido mi afán y mi empeño en complicarlo todo; de hacer de todo, un suceso.

Me abandono frente a un cuaderno para escupir las pocas palabras de sanidad que me quedan. Exprimo cada centímetro de la piel y nada escurre.

Me estoy quedando seco, y mis ojos no lo entienden.

Me estoy quedando seco, y mis ojos ya no sienten.

Me estoy quedando seco, y mis ojos quisieran verte aquí, tenerte cerca de alguna forma; estirar la mano, y con la punta de mis dedos caminarte de arriba abajo, de abajo arriba, redescubrirte el rostro.
No quiero más esta sensación, que se aferra a mi garganta y la estruja con violencia.
No quiero más esta sensación, que me obliga a sentir cuando no quiero hacerlo.
No quiero más esta sensación.

lunes, 5 de mayo de 2008

Amor.
Rival, aliado.
¿Trofeo? ¿Derrota?.

Amor.
Fuego, agua.
¿Pureza? ¿Polución?

Amor.
Vida, muerte.
¿Lágrimas? ¿Bendición?

Amor.
Sangre en los ojos, mariposas volando en un vacío.
¿Sensación veloz? ¿Lento martirio?

Amor.
Soy yo cuando te muerdo la espalda.
O te descubro nuevas formas con la punta de la lengua en tu dérriere.
¿Placer? ¿Búsqueda?

Amor.
Rídicula necesidad, innecesario regalo.
¿Dulce momento? ¿Felicidad etérea?

Amor.
Idealizarte, procurarte en mis ausencias.
¿De verdad?

sábado, 19 de abril de 2008

Las Flores.

Puede que haya sido hoy por la mañana.

O tal vez la noche de ayer; pareciera que ni él mismo estaba seguro de ello.
Su mirada, la de ella, era hostil. Era lejana. Lo violentaba. Por sólo cortos espacios de tiempo era que ella le veía. El coraje se escurría por las mejillas, sin embargo su boca no le delataba. No se fruncia su ceño. No gesticulaba.
Fueron sólo sus ojos, siempre sus ojos, quienes lo observaban con desdén. Sube su mano, la de el, a la cabellera, la de ella, como esperando encontrar en esos largos y cobrizos rulos, un poquito de perdón, cualquier caricia que pudo extraviarse entre los brazos cruzados, los de ella; cuya única respuesta es un leve cabeceo más hacia la izquierda, y termina por recargarse sobre la ventana del autobús, que casualmente se ha detenido frente algún parque con frondosos árboles y flores que nos ven fijo, hermosas flores, tán vívidas, tán erguidas, tán altivas, tán banales.
-Jodidas flores!.- Piensa ella, o fuí yo quizá, no lo supe. Jodidas flores.
El autobús continua su marcha, regresa el brincoteo que ofrece la mal pavimentada calle.
Parecía eterno el recorrido. Debieron tomar el bus unos 15 minutos antes que yo, de eso estoy casi seguro. Impaciente mira el reloj, se acomoda el cabello, voltea en diferentes direcciones, y finalmente observa el reloj una vez más, él sigue callado.
Ella ha parado de llorar. Se dió cuenta que yo observo, y no me importa; pero hago como que no.
El autobús hace una nueva parada, esta vez ella se pone en pié, él la toma por la cintura, y de un manotazo ella consigue que le suelte, no sin antes arrojar discretamente un pedazo arrugado de papel en la entrepierna de él.
Baja del autobús.
Jonás toma el papel, lo desenrolla y descubre entonces el motivo.
Ahí estaba, con la tinta corrida, probablemente por las lágrimas de Laura derramadas sobre la hoja.


Pasar la noche juntos estuvo genial, a pesar de los pesares te amaré siempre, gracias por dejarme retomar nuestra historia.

Tuya, tuya, tuyita.

Sofía.


Implacable tiempo que no entiende de problemas conyugales, que no sabe de explicaciones, que desconoce prioridades, que le importa un carajo. Despreocupado el tiempo avanza, continúa. Puntuales llegan las 06:00 horas de la tarde, Jonás debe dejar el cubículo de grises paredes que lo enclaustran, que lo asfixian, que se ríen de él desde muy temprano, mientras lo acusan y se burlan, divirtiéndose desollando toda ilusión de aquél pobre diablo, del buén Jonás.
Camino a casa la jornada transcurre sin mucha variación, primero el Pretren, después el tren ligero, y entonces la ruta 610.
Al llegar a casa la encuentra, pero él no viene consigo, se quedo postrado, sentado en la estancia, abrazando de sí mismo, y llorando de temor. No se encuentra.
Laura lo mira, primero quieta, después con urgencia, se levanta del sofá blanco que tienen en la antesala, ese que despide aromas a noches intensas, pausadas, noches de rasguños, ligeras mordidas y juegos donde la lengua es el único rival y recompensa.
Se levanta del sofá. Camina, primero sin sentido, después decide ir a la cocina, se sostiene por un momento sobre la barra y alcanza un banco.

- Escucha.- Dice él. - Estoy seguro que puedo explicarlo todo.

- No lo intentes. - Solloza ella. - Gastarías lo poco que aún queda.

- Fué todo tan rápido.- Insiste él. - Primero estaba con aquellos cabrones, festejando lo de Humberto y su novia, y después resultó que ellos la habían invitado, te prometo que de verdad no supe nada.

- Y cuando estabas tirándotela, tampoco supiste nada?. - Ruge ella, encaminándose hacia la cocina.

- Laura, debes entenderlo, la mayor parte del tiempo que nos vemos es sólo para pelear, todo te parece malo!. Desde que comenzamos a vivir juntos quieres controlar todo, mis salidas, mis llamadas, mi correo, mi tiempo, el poco tiempo que tengo libre, quieres ser dueña de todo! ya estoy fastidiado de ésta situación, me tienes enfermo!

- Eso no es más que una puta excusa Jonás!. No puedo creer que seas tan marica que no asumas que sólo querías cogértela y que te importó un carajo si yo me enteraba o no!.

- Entiende que no fué así.- Suaviza la voz y se acerca.

- Quédate ahí por favor, no te quiero cerca de mí ahora. - Solloza mientras se toca la frente.
Jonás dá la vuelta, camina hacia la sala y se sienta en el sofá que está de espaldas a la cocina.

- Yo nunca quize hacerte ningún mal Laura, pero a veces parece que quererlo solamente no es suficiente, nunca lo es.

Se escuchan pasos, los de ella, queditos y tranquilos, aproximándose. -Bien.- Piensa él. Aparece la mano derecha de Laura acariciándole primero el hombro, para subir pronto por el cuello, recorrerle el mentón, y después las mejillas.

- Sabía que lo pensarías mejor alcachofa. - La llamaba así desde su primer beso, a ella nunca terminó de gustarle. -Sabía que lo entenderías.

La mano derecha de Laura continúa jugueteando fiel con el rostro de Jonás, acerca su busto y recarga su nuca, la de él, en sí misma, cubre sus ojos como cerrándolos despacio, cubre su boca después, es entonces cuando la mano izquierda se asoma, decidida, erguida, resuelta, empuñando un cuchillo de filo notable, con el cual recorre el cuello de Jonás, rápido, sin pausas ni contratiempos. Lo sostiene fuerte mientras le mira manotear tratando de safarse, tratando de cubrir la herida, que se ha convertido en cascada de agua roja, densa, burbujeante. Una sonrisa aparece en el rostro de Laura, tímida al principio, después más clara, prolongada. Se recuesta sobre el hombro de él, una delgada lágrima se le escapa de los ojos, y es inmediatamente cubierta por la sangre, que no ha tenido a bien parar de brotar, tiñendo el rostro de Laura también.
El sofá que era blanco no lo es más.

Con una fuerte sacudida del autobús vuelvo a mí.

Ella, recargada en la ventana observa afligida algún parque frente al cual el bus se ha detenido. Un parque con flores que nos miran fijo. ¿Hermosas flores? ¿Tan vívidas? ¿Tan erguidas? ¿Tan altivas? ¿Tan banales?. Ja! Jodidas flores. Esta es mi parada. Debo salir del autobús.

-Espere!.- Y el sonido de unos tacones golpeando el metal me hacen voltear, por morbo o simple curiosidad, siempre he pensado que son palabras sinónimas, no sé si la acción por sí misma lo sea, francamente no me importa. La chica de ondulada cabellera baja, la miro, me sonríe, le sonrío. Un movimiento de su mano capta mi atención y me obliga a bajar la mirada, entonces guarda una navaja, cubierta por un delgado hilo de sangre. El semáforo en rojo. Ella cruza la calle. Las flores la observan, le sonríen. Jodidas flores.

sábado, 12 de abril de 2008

Escala de grises

Reconozco la batalla perdida,
después de luchar sin contemplar el cansancio.
Acepto la incierta quietud que trae la derrota,
pido sea tan sólo un breve momento.

En la historia que creamos,
ciertamente nos creímos que todo iba a marchar bien, simplemente por inercia.
Tú a tu espacio y yo a pensar.
Tú a esconderte y yo a gritar.

He ido mutilando mi libertad,
Buscando quizá alguna señal,
O por volver a la rutina,
Por saberme de nuevo cubierto en tu cariño,
En espera de que vuelvas,
Aunque no te quiera más.

Quisiera no estar.
Escapar.
Secar el corazón.
Soy una escala de grises.

lunes, 7 de abril de 2008

Soy una interrogante
mi curva es pronunciada y se prolonga
sin advertir tiempo o espacio.

Soy una interrogante
de amarilla estructura
que va perdiendo color,
sin adquirir forma alguna.

Soy una interrogante.

Los recuerdos que en algún momento
se paseaban frente a mí,
huyen despavoridos hacia el sur
buscando un poco de calor.
¿O será el Norte?

Soy una interrogante.

Amplio el espacio de mi brazo al corazón,
Débil mi voz.

Soy una interrogante.

Colillas apagadas por doquier,
Dispersas gotas de humedad que dibujan mi silueta en los mosaicos.
Retazos de locas fantasías, algunas notas de aroma que no han de estallar.
Que no me han de llevar más allá.

Soy una interrogante.

La cabeza abierta al golpear el suelo,
Un hilo de agua roja escupiendo burbujas y vapor.
La soledad de saberse vacío.
El vacío de saberse solo.

Soy una interrogante.

domingo, 6 de abril de 2008

Extrañándolo todo.

Camino el camino y camino.
Ausencia de brisa salada y candor.
Escasa la familiaridad y el verdor.
Extraño, extraño, extraño.

La voz del mar se mantiene callada.
¿Será que ha perdido su fuerza?
La voz del mar se siente debilmente cercana.
¿Será que de la playa se aleja?

Voy cediendo la ventaja ganada,
A pesar de aferrarme con fuerza a la estabilidad que me daba.

O quizá sea tal vez, la sola idea de saberme cambiado, cambiante, cambiando.

Camino, y camino, sin la voluntad de caminar.
Ultimamente hago todo a sabiendas de que a la razón
le importa un carajo.
No he logrado persuadirme, convencerme de que todo irá mejor.

sábado, 5 de abril de 2008

De una historia

¿Cómo le hago para explicar?
¿Por dónde comenzar?.
Cuando se habla de una historia, he escuchado se debe comenzar por el principio.
Por alguna razón siento que sería mejor hablar de nuestro final, ese que aún no encuentro, pero sé que está, por ahí, dormido en algún rincón de mi cabeza.

Apareces y el espíritu se ensancha, de grandeza, de ímpetu, de alegría y calidez, de sonrisas y canciones.
El ser diminuto que era, no es más.
Termina la anonimidad, ya existo.
Descubro que puedo hablar.
Mis labios se abren, te llaman; asistes, me besas.
Los brazos se me vuelven largos, te envuelvo.
Los pulmones inflados de felicidad, te piden: "No te vayas"
¿Y después? No más.
" No más " me explico yo: " No más .. ".
Lo siguiente: Olvidar.
¿Olvidar?
¿Cómo hago?.
Inconclusión.


- Hola, buenas noches, me das un ticket para " La última hora" ?.
-Claro, sólo uno? (me mira fijo y con cierta extrañeza)
-Sí, si eres tan amable. (Sonrío, admitiendo su extrañeza.)

Palabra, tras palabra, tras palabra que escupe la pantalla, y golpean mi frente sin decirme nada, y de pronto ahí está la imagen, demacrada, dolida, agotada, de la misma vida, de la vida misma, queriendo morder una manzana antes de desfallecer por hambre, más los dientes se le van deshaciendo de a poco, mientras una delgada lágrima, casi imperceptible le escurre de los morados párpados, bajando por la mejilla dibujándole un camino de pureza, entre tanta suciedad, revelando la palidez en su piel.

Me llevo una mano al extremo derecho de mi cuerpo, apuñando el asiento; cerrando los ojos y apretando los labios. Quiero gritar. Quiero decirte que siento tu dolor, que a mí también me duele, que me siento seco, contaminado, desequilibrado, cansado, que a veces el calor del sol es demasiado, calcina mi piel, mis ilusiones. Mis pasos de repente pierden dirección. Quiero correr y abrazarte, y besar alguna de tus ramas, o tus lagos, o tus venados, o tus nubes, o tu aire, todo lo que regalas sin pedir nada a cambio. Entiendo tu dolor, compártelo conmigo, puedo cargar al menos un saquito.

sábado, 22 de marzo de 2008

Amanece

Despegué el espíritu del colchón, ese que me tiene, sostiene y dá calor a mis anhelos.
Apurado por la mañana, en espera de encontrarte.
Muy temprano, más de lo común.
Fuí dirigiendo mi acanelada anatomía, despojado de la flaqueza que dejó el ayer.
Vine a encontrarte.

Como siempre apareciste, puntual, resuelto,
Con la coqueta sonrisa, asomada entre cachos de algodón.
Te voy siguiendo.

Acerco las palmas de mis manos, para acariciarte y no me quemas.
Quisiera robar un poco de tu luz, darle a mis ideas claridad.
Ser tan alto, tan huraño, tan resuelto como tú.

Fué llegando calladito atardecer.
Resignado, resolviste comenzar a caer.
Altivo y sin esconderte a la vista, ibas posandote sobre esa cama azul.
Esa que a pesar de tu lejanía, no te niega el refugio de su paz.
Que a pesar de ser tranquila, baila siempre a tu compás.
Te vas durmiendo.

martes, 11 de marzo de 2008

Resistencia.

Es esta una de las etapas más intensas en mi vida.



Me mudo de casa.

Me voy de casa.

Me alejo de casa, más no dejo mí casa.

Cambio la risa del mar, por el rugir del bullicio.

Cambio la fresca brisa de abril, por un avasallante calor en la piel.

Cambio la quietud de saberme seguro, por la incertidumbre del tal vez.

Cambio la sonrisa temprana de mi madre, por algún tibio café.

Cambio, cambios, ¿cambiaré?.



Qué confusa situación, por un lado me conmueve hasta gritar el sentirme lejano, de todos, de nadie, de mí.

Por el otro, toda emoción bonita (y alguna que otra colada), sube como espuma a mi garganta, canta, baila, salta, explota convertida en alegría, sabiendo que por fin seremos plenos, unidos, uno.

Y es entonces cuando descubro también que no todo es miel sobre hojuelas.

Que como decía mi compadre Newton: " A toda acción le corresponde una reacción, de la misma magnitud pero en sentido contrario ". Algo susurraba a mi oído: -Resistencia ..

Pero yo me encuentro inmerso en la nostalgia de partir, en la emoción de surgir; en las tremendas ganas de explotar mi grandeza, de llevarme más allá, de llegar a donde no conozco, ni me conocen, sin mapas, ni noción, teniendo como brújula sólo mis ganas de saberme en tierra firme, de fluir.

Continúa ese zumbido en mi orejita izquierda, por que la derecha se la dedico al mar, ese mar que me arrullará cada noche que me sepa lejos de él, ese mar que cuidará de mi casa, de mis ganas y esperanzas, de mi fé. -Resistencia .. resistencia.

Entonces me despego de mi cómoda silla con respaldo acolchonado, con apuro me dirijo al librero precisando encontrar la enciclopedia. Reja, Remo, Rezo(qué bonita palabra, uy! ya me pasé), ¿Resistencia? ¿Resistencia? .. ¡Resistencia!.



Resistencia: es todo acto o actitud opuesto al encuadre terapéutico, o bien, desde el enfoque psicoanalítico, opuesto a la labor conscientizadora.
Desde un punto de vista general, un comportamiento de resistencia es una conducta de oposición de un individuo frente a otro (o a un grupo) que puede tener un valor positivo o negativo. Es negativo cuando funciona como una oposición al bienestar propio y colectivo. Es positivo cuando permite conservar hábitos valiosos a pesar de la oposición del ambiente, por ejemplo cuando un niño siempre se lava las manos pese a que sus compañeros no lo hacen.



Entonces eso es resistencia, pero ¿resistencia a qué o a quién?.

El niño se lava las manos, por que sabe que es mejor para él, por que así el riesgo de contraer una infección estomacal o viral, se disminuye, a pesar de que sus compañeros se niegan a hacerlo.

Pero ¿a razón de qué es que no lo hacen? ¿para no estar sanos?.



¡Ya comienzo a entender!

¡Claro! ¡Resistencia! ¡Temor al unísono! a sentirse fuera de lugar, estar en contra de los demás. De seguro uno de ellos, el más alto, se impuso y dijo: " Yo no me las lavo! ", y el resto de ellos como buenas ovejitas siguieron la idea.



De ahí entonces la carga tan pesada de comentarios ácidos, de tímidos rasguños al corazón, de apachurrarme toda bella emoción. Ellos ven esto como un cambio, por que no me quedo, por que mis aspiraciones son distintas, por que a mi me gusta crear, y crear nunca es bueno, crear no es normal, debe uno usar siempre un manual, y hacer exactamente lo que dice, no brincarse un solo paso.

Yo lo veo como una etapa, como un regalo de la vida misma.

Como la oportunidad de ser de nuevo un pupilo, escuchar atento, aprender, entender, explicarme, crecer.

Por que es tiempo ya, es mí tiempo, de nadie más.