domingo, 26 de julio de 2009

Me gusta imaginar que la señora viejita que vive al lado colecciona payasos de cerámica, que tiene un gato regordete y peludo color caramelo, al cual llama " sepia ". Que mantiene una foto enmarcada sobre el buró en su habitación, una veladora encendida cada día primero y los aniversarios. Que derrama una lágrima y suspira. Que eleva una oración por ese compañero suyo que quizá tuvo. Que quizá se fué. Que quizá murió. Que quizá no tuvo, y que mantiene los rosales siempre vivos con la esperanza de algún día ser uno de ellos.

Me gusta imaginar que mi mamá se pone nostálgica al entrar a mi cuarto,ver la cama tendida, quizá enpolvada por que nadie duerme en ella, y que a partir de eso y para ahorrarse la melancolía decide lavar mis sábanas todos los domingos. Que suspira inevitablemente al ver esa vieja guitarra, toda destartalada, cuerdas de nylon y llaves oxidadas, en la que conocí por primera vez las notas que se escondían en un pentagrama. En la que compuse mi primer canción, y con la que le espantaba el sueño constantemente.

Me gusta imaginar que mi papá viene a visitarme todas las noches, que se siente orgulloso de ver que mantengo mi cuarto ordenado, las camisas de manga larga tendidas dentro del clóset (nunca planchadas, eso sí), mis libros, cd's, playeras, todo bien cuidadito y en su lugar. Que sonríe al verme cocinar. Que se aflige cuando me ve sentado a la mesa solo y suspirando. Que quizá derrama una lágrima por mí, en ese quieto y cálido limbo en el que seguro se encuentra. Que recuerda fiel todos los momentos, los juegos de pelota, las tardes en la playa, la copa de champaña, las canciones de Pedro Infante, las mañanas de domingo, el ceviche acapulqueño (qué chulada!), mi fiebre veraniega, nuestras discusiones sobre ortografía, que no es sólo el recuerdo persistente de una mancha roja derramada sobre una avenida tostada por el sol del puerto.

Me gusta imaginar que mis hermanos tuvieron una niñez tranquila, llena de dulces y promesas, de olores y sabores, que mantienen su espíritu puro y tranquilo.

Me gusta imaginar que quien en su momento me compartió sus ratos, tuvo el mismo miedo que yo, corrió a encerrarse en sí mismo, mientras me quedé abrazado a las dudas. Que esas noches en las que me acostaba sobre una cama envuelta en el fresco del comienzo de primavera, que esas lágrimas que humedecían mi nuca, me regalaron el privilegio de estar un pasito más adelante.

Me gusta imaginar que si me siento derecho, todos los misterios de la vida me serán revelados (como decía mi maestro de Historia en la secundaria).

Me gusta imaginar que ese muchacho de los mensajes piensa en mí, y que cada que lo hace una sonrisa se delata en su rostro. Que quizá tiene la misma ansiedad por los momentos. Que tal vez es prudente en su persona y que, al igual que yo, detesta esa prudencia a ratos. Que sus labios tienen la medida exacta para hacer feliz a alguien.

Me gusta imaginar que el mar se pone triste cuando sabe que debo partir, que sus olas van decreciendo mientras me alejo, que prefiere mostrarse así, tranquilo, como prometiendo que va a estar bien, que cuidará de los míos. Y que tan pronto me pierde de vista sus aguas revientan y se estrellan contra las rocas quienes reciben la furia y se manchan de melancolía y tristeza.

Me gusta imaginar que al cerrar los ojos vuelvo a todo aquello que extraño, a las discusiones infantiles con Kalya sobre a quién le dieron 20 pesos y a quién 10, a las platicas ñoñas con Grecia sobre sus nuevas conquistas y la música que nos va gustando, a los juegos de computadora con Ramesh, a la primera vez que lloré por ver partir a un amigo, al día que me lastimé un pié por jugar con niños más grandes que yo, al olor dulzón de mi abuela Flora, a sentarme en las piernas de mi abuelo y rascarme la mejilla con su barba.

Me gusta imaginar ...

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